La expedición más exitosa y con más implicaciones nacionales fue la Guerra de Marruecos (1859-1860). El clima general del país estaba dispuesto a abandonar sus intestinas discordias políticas y dejarse arrastrar por el clamor público "que a todo trance quiso que nuestros soldados reverdeciesen en tierras africanas los gloriosos laureles que conquistaron en pasados tiempos de épica grandeza". Esto impidió el que con un poco de buena voluntad se hubiera evitado una guerra.
Desde 1843 a 1859 los litigios entre Marruecos y España fueron frecuentes, debido a los innumerables conflictos fronterizos. Las expediciones de las cabilas contra Ceuta y Melilla no eran controladas por el sultán, quien dejaba incumplidas sus promesas y no daba satisfacciones territoriales ni comerciales. La guerra fue arriesgada, con ejércitos mal pertrechados, en plena estación lluviosa y en un país sin caminos. Dos terceras partes de las 70.000 muertes lo fueron de cólera. Fue un gran honor, de colonialismo abstracto y no basada en intereses económicos. Por tanto, la guerra fue del agrado español y suscitó una gran apoteosis nacional del ejército, una misión española contra el "infiel" y un ansia de regeneración nacional. En palabras de O'Donnell, la guerra había conseguido levantar a España de su postración.
O'Donnell dirigió las operaciones. Se ocupó de Tetuán y se venció a los marroquíes en Wad-Ras, lo que dejaba abierto a los españoles el camino de Tánger y obligaba al sultán a entablar negociaciones. Por el Tratado de Wad-Ras (26 de abril de 1860), se ensanchaban y consolidaban los límites de Ceuta; se ratificaba la situación de las plazas españolas de Melilla, el Peñón y Alhucemas; en la fachada atlántica, los marroquíes ceden el territorio necesario para levantar un puerto pesquero (SAnta Cruz de Mar Pequeña, base de la soberanía española sobre Ifni); el sultán se comprometía a pagar 20 millones de duros, ocupando las tropas españolas la ciudad de Tetuán hasta que la indemnización fuese satisfecha. España recibía además trato de nación más favorecida en lo comercial y libertad a sus misioneros.
España no obtiene compensaciones territoriales porque a ello se opuso tenazmente Inglaterra, celosa de que la ocupación de Tánger sería contraria a la seguridad de Gibraltar. Así pues, la paz produjo descontento: "Una guerra grande y una paz chica".
Ahora bien, la emoción política unificadora y la hinchazón patriótica fueron enormes. La sensibilidad colectiva se nutrió para muchos años de profusos relatos, composiciones poéticas, litografías y pinturas. Acaso nada tan significativo como las obras del pintor Mariano Fortuny, pensionado en la campaña por la Diputación de Barcelona, o el "Diario de un testigo de la Guerra de África" de Pedro Antonio de Alarcón. El orgullo nacional español recibía la única satisfacción de la época moderna.
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