Durante la etapa de la Restauración borbónica, y fracasado el ensayo revolucionario de 1868-1874, se configura la nueva realidad de la sociedad española moderna.
El fracaso de la revolución burguesa permitió a la aristocracia mantener su peso, su prestigio y su atractivo. Se ha dicho, con buen criterio, que en España la nobleza desapareció como categoría en los censos oficiales, pero siguió como una realidad viva en la estructura social del país, tal como lo demuestran sus riquezas agrarias y la imposición de sus mitos y creencias a otras clases sociales.
Las variaciones revolucionarias del siglo XIX habían socavado muy poco el peso de la jerarquía y el papel y los sentimientos aristocráticos. No obstante, la desvinculación de patrimonios dio al traste con mayorazgos y muchas casas de la vieja hidalguía. Esta operación favoreció a los capitalistas y a una prepotente nobleza latifundista. por el contrario, los hidalgos se dispersaron como grupo social.
Esta aristocracia se suele aferrar a los usos y costumbres de la comunidad autosuficiente; su conducta económica retrasa el progreso económico y el cambio social; son caciques en gran escala y gozan de influencia social y política, a la vez que son decididos defensores de los valores católicos tradicionales.
Las filas de la aristocracia se incrementan con la incorporación de militares encumbrados, grandes burgueses y políticos; allí están algunos de los ennoblecidos en esta época: Canalejas, Dato, Maura, Villaverde, Silvela, García Prieto, el marqués de Comillas, Sala, Álvaro de Figueroa, Martínez Campos, Weyler, Primo de Rivera, etc. Durante la época de la regencia y de Alfonso XIII se crearon 214 marquesados, 167 condados, 10 vizcondados, 28 baronías, aparte de los concedidos por la oficina vaticana y por los carlistas. Es de constatar el hecho de que los burgueses se aficionan al ennoblecimiento y, de una u otra forma, contribuyen al reforzamiento aristocrático.
La fuerza social más potente aparecida en la Restauración fue la de la oligarquía financiera, ansiosa de títulos y de enlazarse matrimonialmente con la vieja nobleza.
En la primera mitad del siglo XIX surge en Cataluña el primer núcleo burgués integrado por antiguas familia de la aristocracia mercantil urbana, industriales del algodón y del hierro, propietarios de terrenos urbanos y descendientes de "indianos" enriquecidos.
En la segunda mitad del siglo la burguesía consolida su posición, aunque fracasa como clase social. La nueva tipología burguesa la conforman contratistas del ferrocarril (comerciantes, banqueros y especuladores); a ella se suma el fabricante catalán, el propietario de minas asturiano y vasco, quien, por acumulación de capital, se hace industrial o banquero, y el terrateniente, enriquecido con la desamortización.
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