28 jun 2012

LA RESTAURACIÓN (III)

Cánovas era un provinciano, maestro de escuela de Málaga, que llegó a Madrid, como otros muchos, con una carta de recomendación para el banquero Salamanca.  Otros datos biográficos: comía mucho, dormía poco y tenía gran capacidad de trabajo; no era un dechado físico: con estrabismo, tic nervioso y unos trajes horribles que le daban un aire de "catetez".  Historiador serio, intelectual, orador efectivo y prestigioso. por todos estos rasgos, sus adversarios lo llamaban, no sin cierta admiración, "El Monstruo".
Era admirador entusiasta del pasado español y pesimista sobre el presente que le tocaba vivir.  No le gustaban los dogmatismos ni el pensamiento abstracto en política.  Aun dentro de su coherencia, era flexible, conciliador y decía que en política "no hemos de hacer ni pretender todo lo que quisiéramos, sino todo lo que en este instante puede aplicarse sin peligro".  Para Cánovas, pues, la política era el arte de lo posible.
Cánovas partía de unas expectativas negativas: en pocos años una revolución había acabado con las torpezas de una reina, se habían sucedido dos gobiernos provisionales, una monarquía democrática y parlamentaria, una abdicación, una república federal, que desembocó en otra república unitaria y presidencialista, unas guerras civiles, un gobierno provisional y un desastre general de la vida nacional.
Con estos datos, Cánovas había preparado un estado de opinión, pues era más amigo de la propaganda que de los golpes de fuerza.
El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento militar de Martínez Campos en Sagunto proclama rey de España a Alfonso XII, hijo de Isabel II, destronada seis años antes.  Anteriormente (1870) Isabel II había abdicado en su hijo de trece años.  Hasta 1873, el partido alfonsino, en el exilio, lo dirigían una serie de condes, duques y generales (Cheste, Calonge, Lersundi, Montpensier; querían atraer a Serrano).  Por fin, Isabel II llamó a Cánovas a París aconsejada por el duque de Sesto, el marqués de Molins, el de Bedinar, Alejandro de Castro, Jacinto María Ruiz... y otros.
Cánovas, jefe del partido alfonsino, se pone en contacto con militares y políticos, funda círculos, organiza grupos en provincias e incrementa la propaganda por medio de la prensa.  Quería atar todos los cabos y preparar la opinión pública de tal forma, modo y manera que o hubiera de acudirse a la fuerza, al pronunciamiento, para perpetrar la Restauración.
El 1º de diciembre de 1874, un manifiesto firmado por Don Alfonso (Manifiesto de Sandhurst), redactado por Cánovas, trazaba el programa político de la nueva monarquía:

"... lo único que inspira ya confianza en España es una monarquía hereditaria y representativa, minrándola como irremplazable garantía de sus derechos e intereses desde las clases obreras hasta las más elevadas... (...).  Sea lo que quiera mi suerte, ni dejaré de ser buen español, ni como mis antepasados buen católico, ni como hombre del siglo, verdaderamente liberal."

Como ya hemos dicho, a las cuatro semanas Martínez Campos, impaciente él, se pronunció.  Esto disgustó a Cánovas, aunque el propio general reconoció que el golpe victorioso era fruto de la obra realizada por el político, a quien el militar nunca pensó discutirle la jefatura de gobierno.  No quedaba corto el propio Cánovas al interpretar así la "botaratada" de Martínez Campos:

"Es evidente que hubo un instante en que los movimientos del país necesitaron una organización.  Pues bien: esa organización confiada a mí por su majestad la reina madre y por su augusto hijo, ya desde entonces y bajo su propia firma, esa organización la hice yo y la llevé tan adelante, que ya en el punto a que la lleve, cualquiera, en cualquier momento y en cualquier circunstancia la habría realizado."

A continuación, el 31 de diciembre de 1874 se constituía un ministerio-regencia por parte de Cánovas, que se encontraba en Madrid al sobrevenir el pronunciamiento; el 14 de enero de 1875 hacía su entrada en Madrid el jovencísimo rey Alfonso XII.
Se cerraba de este modo el paréntesis abierto por la revolución de septiembre, y, fracasados los intentos del  período revolucionario (1868-1874), lo que se restauraba no era sólo la monarquía, sino la burguesía latifundista, la misma que había llevado la batuta del poder durante la época moderada.  Otra cosa que se restauraba era el constitucionalismo de tipo doctrinario, esto es , la soberanía residiría no sólo en las Cortes, como querían los moderados, para quienes "la Constitución interna de España" era producto de la divina providencia y de la Historia y, por tanto, la monarquía quedaba fuera del debate político.
Faltaban únicamente por crearse los instrumentos constitucionales en que había de apoyarse la nueva monarquía restaurada.

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