28 jun 2012

LA RESTAURACIÓN (II)

La estabilidad política propia del período que nos ocupa nace de la redoblada fuerza de unos estados, dueños de nuevos y más fuertes instrumentos de poder (perfeccionamiento burocrático, monopolio del armamento eficiente para el dominio de multitudes, facilidad para la transmisión de noticias y órdenes -merced al telégrafo- y para el desplazamiento -ferrocarril).  Por otra parte, si se ha realizado con efectividad una revolución burguesa y se ha alcanzado un determinado nivel de industrialización, se puede pensar en una democracia parlamentaria en la que el individuo pueda usar de su voto con entera libertad, puesto que las masas trabajadoras han mejorado su nivel de vida y su grado de instrucción y en cualquier caso disponen, para hacer oír su voz, de la asociación del trabajo y de la huelga.
Pero si éste, con reservas, era el caso de los países europeos más desarrollados, no lo era el de la Europa mediterránea y, por supuesto, el de España.
En Italia unas pocas familias controlan las decisiones, la prensa, la administración y la vida económica.
España, con una revolución burguesa deficiente, económicamente asentada sobre una base latifundista, con tres cuartas partes de la población analfabeta en 1877, mal podía...  Estaba muy claro que pretender una estructura política democrática, dejando intacta las estructuras económicas y sociales, iba a dar por resultado una solemne "farsa".
Desde luego era muy noble el empeño de Cánovas del Castillo por "continuar con la historia de las Españas" y utilizar todo lo aprovechable del movimiento que expulsó a Isabel II, por intentar hacer posible la concordia entre partidos que antaño se combatieron.  Pero todo esto había de desembocar necesariamente en una de dos cosas: o una reforma económica y social en profundidad, o en una hipocresía semejante a la que hemos visto al definir la vida política italiana contemporánea.  Ahora bien, la reforma no se hizo.
Por tanto, y como hemos señalado anteriormente, lo que se restaura e el orden de la nobleza, de las clases acomodadas y de la Iglesia.  El orden burgués de los industriales, banqueros, terratenientes y caciques.  Pero nada más.
El régimen de la Restauración fracasará por su carencia de apertura, por su incapacidad para captar las bases sociales de la nueva revolución alumbrada por la Internacional obrera y para asimilar a la gran masa de la población española, que es esencialmente obrera y campesina.  A la postre, la suerte de la Restauración dependía de la "nueva izquierda", marginada en los días de la "farsa canovista" y de la "farsa sagastina".

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