17 jun 2012

LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843) (II)

El ejército español se inclinó hacia el liberalismo y constituyó el eje del sistema constitucionalista español.   A la altura de 1840 cristalizaba el proyecto moderado de la ley de Ayuntamientos, contrario a la legislación vigente de 1837.  Los progresistas se opusieron tenazmente.  Contaba este partido con la adhesión de generales y sargentos, de unos cuantos intelectuales, periodistas indigentes, comerciantes al por mayor, abogados respetables, matadores de toros, una masa de clases medias urbanas subempleadas y las masas del recién nacido proletariado industrial.  Pues bien, el partido progresista no se hubiera mantenido en el poder sin el apoyo y prestigio de Baldomero Espartero, inclinado hacia los progresistas y opuesto a la Regente Maria Cristina, respaldada por la burguesía y partidaria de la permanencia del criterio moderado en los asuntos públicos.  La reina regente se vio obligada a renunciar a su cargo y a expatriarse.  En mayo de 1841, el jefe progresista Espartero se convertía en el regente único.  
Espartero era hijo de un carretero manchego; iniciado en el campo de las letras, prefirió las armas.  Luchó en la Guerra de la Independencia; estudió en la Academia de Oficiales de la isla de León y pasó a  América, donde combatió en las campañas de la Emancipación americana.  Hombre duro, disciplinado, valeroso y afortunado, ascendió a teniente general durante las guerras carlistas.  Fue condecorado y nombrado conde de Luchana, duque de la Victoria, Príncipe de Vergara y regente del reino con el tratamiento de alteza.  Hombre halagado y disputado por los moderados, progresistas y por la propia María Cristina, no sobresale como estadista, pero se convierte en un símbolo vivo del progresismo.
La revolución de 1840, hecha por el bajo pueblo y dirigida por una minoría de intelectuales románticos, representa una derrota para la burguesía.  La revolución de septiembre había dado el poder a Espartero, pero pronto vino la escisión por las exigencias democráticas del proletariado, que terminaron en motines tan fuertes como lo demuestra el que los obreros barceloneses empuñaran las armas y Espartero se viera obligado a recurrir al ejército y bombardear la ciudad condal, demostrando de paso su auténtica orientación social.  No fue sólo esto: los mismos progresista no tardaron en dividirse y aliarse con los moderados.  La situación de Espartero queda debilitada al sólo poder apoyarse en un grupo pequeño de militares.  A los dos años de haberse encargado de la regencia se vio obligado a abandonarla, refugiándose en Londres, al propio tiempo que los progresistas se vieron condenados al ostracismo político hasta la revolución liberal de 1854, mientras la burguesía imponía su orden para poder realizar la expansión económica del país.
Tampoco los militares estaban dispuestos a apoyar incondicionalmente al regente.  Narváez, secundado por María Cristina desde su exilio en París, conspiraba atrayéndose a muchos oficiales progresistas.  Así, la oposición estaba formada por María Cristina, Narváez, O'Donnell y los políticos moderados.  Contaba, además, con el poder moderado en el norte de España, temeroso de que el antiforalismo de muchos progresistas eliminara las libertades forales en virtud del principio progresista: "Constitución liberal para "todos" los españoles".  Sin embargo, no contaba con el apoyo carlista, más interesado en el cambio dinástico que en los fueros.  La reina madre envió a Madrid un manifiesto violentísimo y varios millones de reales para el pronunciamiento que habían de acaudillar O'Donnell en Pamplona; Carminati, en Zarazoza; Diego deLeón y Concha, en Madrid, etc.  Fracasado este levantamiento de octubre de 1841 (con la batalla, sin bajas, de las escaleras de palacio), el apuesto y romántico Diego de  León y otros jefes militares fueron ejecutados.  La derrota de los moderados permitió al liberalismo radical anular la "licencia foral" y las barreras arancelarias para imponer el centralismo.
Sin embargo, el hecho de no incorporarse rápidamente las provincias exentas a la España constitucional, hizo que los foralistas formaran su credo y defendieran sus objetivos de negarse a pagar impuestos y reclutar soldados, al tiempo que trabajaban para reconquistar la independencia perdida.  La misma mecánica se operó con los militares; la ejecución de Diego de León y sus compañeros, más que homogeneizar, demostró la debilidad y el aislamiento tácito de Espartero y sus "ayacuchos".
El mecanismo y la disciplina parlamentaria exigían la presencia de un partido moderado en las Cortes, sin el cual el partido progresista se veía perjudicado, ya que su propia y única fuerza estimulaba la oposición y escisión dentro del mismo partido.  Así veremos cómo la plana mayor del progresismo, con Olózaga a la cabeza y el propio jefe del gobierno, Joaquín María López, dirigiendo la oposición parlamentaria, actuaba contra la dictadura militar de Espartero, quien, orgulloso y cándido, suprimía con dureza todas las intentonas, creyéndose representar (como todos los militares) la voluntad nacional mejor de lo que podían hacerlo unas Cortes elegidas por sufragio.

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