Los gastos de explotación eran bajos y los beneficios mediocres. No se mejoraba el material, pero las tarifas eran elevadas. Las consecuencias de todo esto las pagaban pasajeros y consignatarios. Esperas interminables en los empalmes, trenes atestados e incómodos y llegadas con retraso fueron el precio de un sistema ferroviario de construcción barata.
De cualquier forma, eran un hecho positivo las consecuencias económicas del tendido y el inicio de la reactivación de la España rural.
No toda España contaba con el ferrocarril. Durante la época isabelina se hizo preciso intensificar el desarrollo de la red caminera. En 1884, en plena época de la Restauración, las carreteras estatales presentaban 6.500 kilómetros de primer orden, 7.777 de segundo orden y casi 9.000 de tercer orden.
En 1908 estas mismas carreteras habían alcanzado una longitud de 41.465 kilómetros. Además, existían las carreteras provinciales y los caminos vecinales, en evolutivo desarrollo.
Por supuesto, saltaban a la vista las deficiencias técnicas, las escasa densidad de las carretera de primer orden y el 1que no habían sido tenidas en cuenta las realidades regionales y la ley de que a mayor riqueza mayor circulación. La periferia, rica y poblada, contaba con 5.000 kilómetros menos que el centro agrario y Cataluña, por ejemplo, tenía menos de la mitad de kilómetros de carreteras estatales que Castilla.
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