Los elementos más conservadores volvían a la actividad política, mientras Castelar llevaba a cabo medidas antifederales, renunciaba a su pasado federal y trataba de obtener el apoyo de las clases conservadoras. Anteriormente Salmerón, al pedir ayuda al ejército, se había hecho más dependiente de los generales que de los diputados de las Cortes. Sin embargo, a Salmerón le repugnaba ceder del todo ante el ejército y dimitió. Castelar tuvo menos dudas para dar este paso, porque estaba seguro de que sólo una política de orden sería la única esperanza de la supervivencia de la república en España. Castelar prescindiría rápidamente de las Cortes porque iba a gobernar por decretos asumiendo la dictadura. Gobernó desde el 20 de septiembre al 2 de enero de 1874, previa suspensión de las garantías constitucionales. Restauró la pena de muerte, estableció la censura de prensa, recuperó la confianza del ejército, rehabilitó el cuerpo de artillería, arrinconado desde los tiempos de Ruiz Zorrilla, licenció a los voluntarios, disolvió el Ayuntamiento de Madrid e hizo frente a cantonalistas y carlistas. La política castelariana fue un intento de conciliar el ala derecha de los federales, los radicales y los conservadores. Estos dos últios grupos no tenían otro remedio que cooperar para evitar el mal mayor de una restauración borbónica.
Castelar había quedado muy a la derecha, no sólo de Pi y Margall, sino también de Salmerón, que representaba el centro de las fuerzas parlamentarias. Castelar no estaba muy seguro de que prosperase su intento de establecer una república conservadora. Es cierto que Pavía, capitán general de Madrid, le había dicho: "Cuente usted conmigo", pero esta ayuda era demasiado pesada.
Salmerón había apoyado a Castelar en septiembre y octubre, pero no podía consentir que Castelar intentara un "modus vivendi" con el papado y reagrupara la opinión católica. Esto era ya "salirse de la órbita republicana". Por otra parte, el gobierno cada día dependía más de generales radicales, alfonsinos y conservadores como Pavía, Martínez Campos, Jovellar, López Domínguez, etc.
El frente republicano, que se apoyaba en el centro-izquierdismo de Salmerón, derrotó a Castelar en las Cortes, y era un hecho la vuelta a un gobierno puramente federalista. Castelar había arriesgado la posibilidad de un golpe de fuerza de Pavía, quien no consentiría la vuelta al federalismo y al mengua de los militares. Pavía tenía atados todos los cabos por si su apoyado Castelar era derrotado: disolvería las Cortes y establecería un gobierno nacional de coalición, incluyendo a todos menos a los federales extremistas y carlistas.
Se había vuelto a la época del liberalismo militar, en la que en los momentos de disolución social y gobierno corrompido, el ejército representaba la voluntad nacional.
Del 3 de enero al 28 de diciembre de 1874 (golpe de Estado de Martínez Campos) la república fue algo nominal, ya que estaba dominada por monárquicos. Castelar y Cánovas se negaron a colaborar, por lo que el nuevo gobierno, en vez de ser nacional, sería una alianza de conservadores, radicales y republicanos unitarios. Serrano y Topete representaban a los viejos unionistas; Sagasta y Balaguer, a los viejos progresistas; Echegaray, Mosquera y Martos, a los viejos demócratas; y el firme García Ruiz, al republicanismo unitario. Era la ficción de la revolución de 1868. El presidente de todo este montón de rivalidades era Serrano, que tenía el propósito de consolidar la república unitaria con su presidencia vitalicia, al estilo de Mac-Mahon, elevado a la presidencia de la República francesa con un mandato de siete años.
Perola causa alfonsina, bien preparada por Cánovas, haría fácil en breve el pronunciamiento de Sagunto, proclamando rey de España al hijo de Isabel II, Alfonso XII.
No hay comentarios:
Publicar un comentario