23 jun 2012

LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA (II)

A los respetables abogados y catedráticos Figueras, Pi y Margall, Castelar y Salmerón se les había regalado la república.  Ahora debían sancionarla con unas Cortes constituyentes, hacerla legal y apetecible al atónito pueblo español y, por supuesto, convertirla en una república federal.
No había, cierto es, claridad en el pensamiento republicano; nadie tenía una idea clara de lo que serían los estados federales y, además, estaban escindidos; esta confusión la reflejaba Echegaray al mes de haberse proclamado la República:

"He pedido una definición..., hemos pedido una doctrina, una idea, algo común en que pudiéramos fundirnos y marchar ciertamente a la solución de este gran problema...; es imposible porque no tenéis una República federal, porque no sabéis lo que es vuestra República.  Para las masas intransigentes, la República federal no es ni siquiera un sentimiento, ni siquiera el instinto de algo noble y práctico..., y no veo hoy en las masas ningún instinto salvador respecto a la idea de la República federal; para ellos, la República federal es aquí un cortijo que se divide, un monte que se reparte; allá, un mínimun de salarios; es, quizá, en esta provincia, un ariete que abre brecha en las fuerzas legales para que el contrabando pase; el pobre contra el rico, el reparto de la propiedad, el contribuyente contra el fisco, todos estos intereses del momento, todas esas utopías sociales, profundos dolores, grandes necesidades, ardientes apetitos, constituyen la esencia de la República en el pueblo, pero nunca hallaréis una idea salvadora, un germen de progreso para la sociedad."

¿Era el republicanismo un credo minoritario, como había dicho Prim, o era una fuerza abrumadora que establecería la república federal con unas Cortes constituyentes, libremente elegidas, como quería Pi y Margall?
Para comenzar, las provincias malamente aceptarían una república impuesta desde Madrid.  Nada más caer Amadeo se establecieron de nuevo juntas revolucionarias, se destituyeron los ayuntamientos no republicanos y ocurrieron algunos disturbios, como en Montilla, donde el pueblo saqueó la casa del alcalde, mataron al primer contribuyente y a varios empleados municipales y quemaron los archivos locales.  Esta situación era el reflejo de una explosión de odio del pobre contra el rico y la reacción natural después del intolerable dominio de los caciques.  Los jornaleros andaluces veían en la república federal un elemento mesiánico que les daría tierras y  justicia social contra la opresión caciquil.  Muchos de los federalistas de provincias, por otra parte, eran revolucionarios antiparlamentarios y concibiendo la república como la expresión del impulso revolucionario de base, esto es, de abajo arriba.  A éstos debemos sumar los intransigentes de Madrid, decididos a todo extremismo en su afán de cazar empleos y no dejarse llevar la presa por los radicales.
La República era un gobierno dividido y débil que no podía dar gusto al mundo obrero por sus limitaciones e insuficiencias sociales; frente al ardor revolucionario de las provincias ordenará la extinción del fervor revolucionario y llamará "intransigencia pueril" a las exigencias extremistas de los que gritan "¡la república para los republicanos!".  La "república para todos" empezaba a ser algo utópico y bastante contradictorio.

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