23 jun 2012

LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA (I)

La Primera República debió su existencia a una intriga política.  Durante once meses, los dirigentes federales vivieron a la sombra de sus orígenes.  No llegaron en la pleamar del entusiasmo revolucionario al poder y, como no podían invocar la mística de las barricadas, jamás se libraron de la sensación inicial de ramplonería.
La crisis en favor de esta república legal e incruenta se debió menos a la fuerza del republicanismo que a los planes de Rivero y Figueras. Lo que había traído la república era el agotamiento de las soluciones alternativas y la explotación de una situación parlamentaria propicia.  Bien lo decía Castelar:

"Nadie ha destruido la Monarquía en España, nadie la ha matado.  La Monarquía ha muerto por una descomposición interior; nadie ha contribuido a ello más que la providencia y Dios."

El partido republicano entró en la república con su propia masa de seguidores, desilusionada y pasiva, y sin ningún apoyo fuera de ella.  Sin duda, no habían desarrollado un programa de clase para un partido de masas.  Su programa social era de los más limitado, recayendo en una serie de "promesas", "oportunidades" y "mejoras" del más rancio reformismo burgués.  El programa republicano federal había sido definido por obreros internacionales como "insuficiente", y en consecuencia con su posterior tradición anarquista, la acción política era "una farsa".  Salvo algunos descamisados de los bajos fondos, la república no consiguió el apoyo obrero; al contrario, estuvo temerosa continuamente de su efectiva propaganda.

Según la Constitución, las Cortes tenían que haber sido disueltas inmediatamente después de la abdicación de Amadeo.  El mismo 11 de febrero de 1873 el Senado y el Congreso se reunían en "asamblea nacional", a pesar de la prohibición expresa de tal reunión contenida en el artículo 47 de la constitución vigente.  También era ilegal que las Cortes , carentes de poderes constitucionales, declarasen la nueva forma de gobierno.  Así las cosas, Pi y Margall presentó la siguiente propuesta, que no encontró oposición:

"La Asamblea Nacional reasuma todos los poderes y declare como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.  Se elegirá por nombramiento directo de las Cortes un Poder Ejecutivo que será amovible y responsable ante las Cortes mismas."

Y de este modo quedó proclamada la República con 258 votos a favor y 32 en contra.
Ostentó la presidencia del poder ejecutivo don Estanislao Figueras, y Cristino Martos (anulador de Rivero) la presidencia de las Cortes.  Los ministros fueron: de Estado, Castelar, que haría de moderador; de Gracia y Justicia, Nicolás Salmerón, quien garantizaría las reformas judiciales y la legislación clerical; de la Guerra, Fernández de Córdoba; de Marina, Beránguer; de Fomento, Becerra; de Ultramar, Salmerón; y Pi y margall se guardaba el importante ministerio de la Gobernación, donde tendría a su cargo los preparativos electorales, los voluntarios republicanos y las vitales comunicaciones telegráficas.  Observamos en esta lista el hecho sintomático de que cuatro ministros monárquicos radicales pararan a ocupar sus carteras con la república.  Está claro que los radicales no tuvieron otra alternativa que proclamar la república, pero eran partidarios de una república unitaria, no federal.  Este precio pagado por los federales de diferir para más adelante la cuestión del federalismo les costaría muy caro.  El tipo de república quedó, pues, sin definir y se decidiría en unas Cortes constituyentes; esta demora era el precio pagado al apoyo radical.

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