24 jun 2012

LA BRECHA ENTRE ESPAÑA Y EUROPA A FINALES DEL SIGLO XIX (II)

Los ciclos decisivos en el cambio estructural de la economía española decimonónica, y, por tanto, contemposánea, son los que se suceden en los años de 1854 a 1876. Al amparo de la buena coyuntura general europea, España experimenta un empuje económico decisivo, singularmente en lo que se refiere al establecimiento de su red ferroviaria y al comienzo de la explotación intensiva de sus yacimientos mineros.
En un primer ciclo (1854-1866) el optimismo es pleno y descansa en el ritmo expansivo que alcanza el comercio exterior español (importaciones de material ferroviario y naval y exportaciones de plomo, cobre y hierro); viene una riada de capital extranjero (Pereire-Rotschild); a esto se une el desarrollo del consumo interregional y la máxima expansión del cultivo cerealista.  La circulación fiduciaria en billetes de banco aumenta vertiginosamente y se crean numerosas sociedades de crédito.  Todo ello define una situación de euforia general.
En 1864 se vislumbran los primeros síntomas de crisis; en 1865 estalla el "crack" en los medios internacionales y en 1866 se desata la crisis con virulencia.  En España quiebran las sociedades de crédito, se restringen los créditos, al tiempo que bancos y empresas desaparecen o se dan plazos de subsistencia.  A la crisis económica sigue la crisis social y la crisis política que destronaría a Isabel II.
El segundo ciclo (1866-1876), coincide con el período revolucionario, logra un reajuste económico, pese a las perturbaciones coloniales, militares, sociales y políticas del país.  Lo consigue a base de unas reformas monetarias y arancelarias, liberalizando la economía y abriendo las compuertas al capital extranjero.  Ello se traduce en el aumento de las importaciones de algodón, en el desarrollo del comercio exterior, en la firmeza bancaria y en la inflexión de la curva de precios por debajo del nivel de las curvas de expansión económica del país.  Se está preparando la gran época de la paz social de la Restauración.
Entre 1877 y 1886, un crecimiento optimista durante una era de depresión en Europa cimenta la afortunada Restauración española.  Son los años de expansión de la "fiebre del oro", cuyo dinamismo económico no se ve trabado por las reivindicaciones de los obreros organizados.
En primer lugar, se reanudó la actividad ferroviaria, que había casi cesado durante la revolución; las fuertes inyecciones de capital extranjero estimularon la prosperidad: al amparo de la liberal legislación minera de 1868, Inglaterra, Francia, Bélgica, etc, invierten y fundan sociedades mineras (Orconera, 1874; Riotinto, 1875; Somorrostro, 1876; Peñarroya, 1881).  Consecuencia de todo esto y de la creación del convertidor de Bessemer es la fuerte demanda de los metales españoles, cuadruplicándose la exportación de hierro en un período de diez años.  Simultáneamente, la exportación de vinos se multiplica por seis en el mismo período de diez años, debido a la filoxera que invade los viñedos de la otra parte de los Pirineos.  El complejo industrial y financiero de Barcelona marcha a la cabeza.  Los valores de las compañías ferroviarias y bancarias ascienden continua y rápidamente; las acciones de la M.Z.A. triplican su valor.  Hacia 1884 comienza a experimentarse una bajada que conduce a la crisis de 1886.  La "fiebre del oro", que había asegurado la estabilidad política de la Restauración, se convirtió en depresión; varias empresas dejaron de pagar dividendos y empezaron a despedir a los trabajadores.  Después de la crisis de 1892, provocada por el derrumbamiento del mercado exterior del hierro y del vino se suceden las bruscas alteraciones del comercio y de la producción.  A esta intranquilidad se suma la guerra colonial de Cuba.  Industriales y políticos piensan solo en un remedio: retorno al proteccionismo, que permitirá la recuparación de la industria algodonera, la siderurgia vasca, el aumento de los precios del campo y la irrupción de la naranja, aceite y frutos secas.  Sin embargo, la economía española está achacosa debido a lastres crónicos; entre 1881 y 1892 la debilidad de la peseta alcanza momentos trágicos.
En resumen, desde 1854 se acelera el proceso económico y se consolida el deseo de acercarse al occidente europeo, aunque la realidad es que el desarrollo español está desequilibrado y desfasado, pues los lastres tradicionales y las oligarquías enquistadas en el país podían más que el tono capitalista de algunos sectores concretos y que los tímidos deseos de una revolución burguesa.  No obstante, y pese a la corrupción y al despilfarro, restauración y equipamiento económico nacional son expresiones sinónimas en muchos aspectos.
La demografía alcanzará ritmos violentos, debido a las migraciones internas y a la emigración, fenómeno a simple vista, regresivo.  La agricultura mantendrá sus lastres crónicos: clima, suelo, sequía, carencia de inversiones y estructura de la propiedad antiprogresiva.  Respecto a las minas, las grandes empresas europeas expoliarán el subsuelo español y explotarán a España como si se tratase de una colonia, corrompiendo a sus políticos.  La industria es pobre y sólo absorbe la décima parte de la producción minera.  Ni siquiera los industriales textiles catalanes lograrán crear una industria competitiva; como en épocas anteriores, la propiedad industrial estará fundamentalmente en la prosperidad agrícola, pues si el campesino español gana poco, poco puede consumir.  El comercio mantiene un déficit económico al que no apoyan ni los transportes ni la estructura del comercio exterior, que se basa casi exclusivamente en la exportación de materias primas y en la importación de lo demás.  Hasta el trigo perderá el comercio colonial, y el de la periferia peninsular, pues la baratura del transporte marítimo permitirá a Barcelona y otras zonas abastecer a mejores precios con cereales importados de Odessa o de América.  Aclaremos el concepto básico de que el comercio exterior es un reflejo de la economía interior.
El desfase español, con relación a Occidente, es demasiado claro, lo cual no quiere decir que España entrara en el siglo XX exhausta.  Se estaban poniendo las bases -con retraso- de las grandes transformaciones económicas: abonos químicos, regadíos, energía hidroeléctrica, red bancaria, etc...

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