20 jun 2012

FINAL DE LA ÉPOCA ISABELINA (1863-1868) (I)

Antes de que España pudiera asentarse en la estancada calma de la Restauración fue necesario un nuevo levantamiento a escala nacional para atemorizar al trono, a la Iglesia, al ejército y a los propietarios, motivando que se aunaran más ordenadamente.  O'Donnel, al fin, cayó en 1863, y nadie después de él consiguió mantener a Isabel II bajo algo que pareciera un dominio nacional.  El advenimiento de la revolución era un hecho.
En el trasfondo económico, una o varias malas cosechas acarrean la escasez y el paro entre los campesinos, y sus condiciones de vida, ya malas, empeoran.  Como, por otra parte, se opera una disminución de la demanda de bienes de consumo y se encarecen los alimentos, la crisis afecta también a otros sectores de la economía del país.  Paro y carestía vienen juntos de la mano.  La caída del consumo afecta también al empresariado.  Sólo los ricos labradores, los amos del suelo y los comerciantes en granos pueden sacar beneficios de la crisis.  No siempre toda crisis desemboca en una revolución, pero sí toda revolución con intervención de las masas tiene una crisis por telón de fondo.
Entre 1855 y 1864 la expansión económica española fue una realidad, como puede comprobarse por el tirón de todos sus sectores: la euforia era generalizada.  Pero la prosperidad podía desaparecer y Europa estaba experimentando la grave crisis de 1865-1866.  En España comenzaron a notarse los síntomas.
El dinero se encarece, se eleva el tipo de interés de los descuentos y se deprecian los valores bursátiles; la deuda pública se multiplica; las acciones del Banco de España descienden rápidamente; la Deuda del Estado aumenta a un ritmo muy fuerte, lo que se nota en los presupuestos y en que el Estado no paga los cupones atrasados de la deuda exterior, con lo que las Bolsas europeas se cerraron a la cotización de valores españoles.
La importación de material ferroviario, que en 1864 había sido todavía de 1.288 millones de reales, en 1866 se redujo solamente a 29.  En estas condiciones, la construcción amenazaba con paralizarse.  Las empresas algodoneras catalanas cancelaban sus pedidos de nuevos telares a medida que el comercio decaía al unísono de la imposibilidad de importar, como consecuencia de la guerra civil americana.  También se anularon los pedidos para una nueva escuadra, con la consiguiente amenaza para la naciente industria pesada; esta carencia de pedidos afectó seriamente a la poderosa "Maquinaria Terrestre y Marítima" de Barcelona.
Por añadidura, el crack financiero de 1866 desmoronó el sistema bancario, con lo que sociedades de crédito, bancos e instituciones financieras quebraron, se disolvieron o cerraron en su mayoría.  España sufrió enormemente con el hundimiento de "Credit Mobilier", ya que en gran parte dependía del mercado de capitales franceses.
El mercado mundial presenció la caída de los precios de las materias primas, afectando la balanza comercial española y el volúmen de exportaciones por la caída de nuestros vinos y minerales.
Finalmente, una economía en contracción, con excesivo desempleo, tuvo que enfrentarse a dos pésimas cosechas que provocaron hambruna y a la mayor alza del siglo en el precio del trigo.  Es casi normal que el trigo se vendiera a seis veces más que su precio medio.
Leamos un fragmento de la carta que el progresista Pascual Madoz remite a su amigo el general Prim el 12 de enero de 1867:

"La situación del país es mala, malísima.  El crédito, a la tierra.  La riqueza rústica y urbana, menguando prodigiosamente.  Los negocios perdidos, y no sé quién se salvará de este conflicto.  Yo hago prodigios para salvar la "Peninsular"; pero te aseguro, querido Juan, que ni como ni duermo.  Bien puedo decir que paso los peores días de mi vida.  Nadie paga, porque nadie puede pagar.  Si vendes, nadie compra, ni aun cuando des la cosa por el cincuenta por ciento de su coste.  La España ha llegado a una decadencia grande, y yo, como buen español, desearía que hubiera medios hábiles de levantar el prestigio y dignidad de este pueblo, que merece mejor suerte."

Crisis hacendística, deflación monetaria, "crack" financiero y crisis de los organismos productivos.  Ante todo esto, el gobierno cometió la imprudencia de reforzar la presión tributaria.  La situación se tornó explosiva y la mecha unía dos extremos: por un lado, la recesión económica, y, por otro, el absolutismo.  Era fácil predecir que el destronamiento aseguraría el éxito de la revolución.

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