Por fin Prim volvió a llamar en la casa de Saboya. Víctor Manuel II convenció a su hijo, y el 2 de noviembre aceptaba don Amadeo, previo beneplácito de las grandes potencias. Prim entró por todo porque necesitaba un rey a toda costa; creía que un rey iba a estabilizar la revolución y que un rey lo iba a arreglar todo. Así se despidió Prim dela comisión encargada de notificar al duque de Aosta su elección de rey por las Cortes el 16 de noviembre de 1870:
"Cuando el rey venga, se acabó todo. Aquí no habrá más grito que el de ¡Viva el rey! Ya les haremos entrar en caja a todos esos insensatos que sueñan con planes liberticidas y que confunden la palabra progreso con la palabra desorden, y la libertad con la licencia."
Pronto se vio que Amadeo no era el rey de la revolución de 1868, sino el de los progresistas y demócratas; era el rey de Prim. Los unionistas lo aceptaron con desconfianza. Amadeo fue rechazado, por supuesto, por alfonsinos, carlistas y republicanos. Citamos un trozo del republicano Castelar, buena muestra de sus sentimientos y de su retoricismo histórico, vomitado en cascada:
"De las migajas caídas de los festines de nuestros reyes se formaron cuatro o cinco reinos en Italia. La isla de Cerdeña apenas se veía en el mapa inmenso de nuestros dominios, y la isla de Cerdeña se ha levantado, nos ha conquistado, no tanto por sus esfuerzos como por nuestra debilidad y nuestra miseria... Si España no se conmueve, si España no forcejea antes de consentir esta ignominia, lloremos por España; vistamos de luto como hijos sin madre, porque habrán muerto las virtudes más características de nuestra raza. Y se habrá extinguido en el mundo el espíritu de nuestra patria."
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