Sobrevino por fin una revolución (no un pronunciamiento) e Isabel II fue destronada. El propósito revolucionario era terminar de una vez con lo que pasaba en los últimos años del reinado de Isabel II. Muchos sectores de la sociedad española estaban disgustados, aunque ninguno alcanzaba el descontento del pueblo. La crisis deflacionista de 1867, que hace de telón de fondo de la revolución, había afectado seriamente a casi todas las ramas de la producción. Si para los fabricantes, negociantes y banqueros fue un duro golpe, para las masas de jornaleros y yunteros fue el añadido a una irritación que venía de muy atrás. No mejor andaban los obreros, muchos de los cuales trabajaban desde las cinco de la mañana hasta avanzadas horas de la noche -18 horas diarias por ocho reales de jornal-. Todo este malestar se manifestaría en una subversión popular en casi toda España. Debemos tener en cuenta que la población española entre 1808 y 1868 había aumentado en casi seis millones de personas, y el mayor porcentaje de este aumento se lo había llegado la España agraria, y dentro de ésta, los jornaleros. En el año de la revolución se calcula que alrededor de un 30% de la población total española dependía de los jornales de la tierra. Se ha dicho que esta cifra era biológicamente insuperable; aumentar más suponía emigrar, cambiar de sector, morir de hambre, de epidemias o ser víctimas de los propios movimientos subversivos.
Todo esto influirá en los acontecimientos revolucionarios de 1868, a través de la quema de cosechas, asalto a cortijos, ocupación de tierras, guerrilleros, contrabandistas, bandoleros, etc. Un discurso de Prim pronunciado en 1870 decía, entre otras cosas, lo siguientes:
"En un país que se encuentra en esta estado de incertidumbre, en un país que se está constituyendo, en qeu han pasado cosas como nosotros hemos visto: ayer una sangrienta revuelta en Cádiz, después otra en Málaga, luego otra verdadera batalla en Jerez; en un pueblo se degüella dentro de la iglesia al Gobernador civil; en otro se atropella al Ayuntamiento; en un país donde pasan estas cosas, que si para nosotros no significa tanto, es porque estamos acostumbrados a ellas y a otra mayores..."
El hombre sin tierra se convierte en un problema de orden público en el que nada tienen que decir los liberales burgueses, ya que todo lo dicen por un lado los anarquistas y por el otro la Guardia Civil.
El proletario rural toma conciencia de su situación, aunque aún no podemos llamar revolución proletaria a la de 1868. Todavía es la burguesía -la que ha hecho la desamortización y ha iniciado la industrialización- la que se apoya en el malestar del pueblo para perfeccionar sus conquistas: libertad de cultos, sufragio universal, arrinconamiento de los Borbones, del clero y de la aristocracia, etc...
Esta burguesía se verá muy animada por la coyuntura favorable del año 1869 y siguientes: industrialización, exportaciones de hierro y otros minerales, exportaciones de vinos, almendras, aceite; masivas inversiones extranjeras. Todo ello contribuirá a preparar la etapa dorada de la burguesía. Pero durante este período revolucionario los burgueses llegaron a perder el control de la revolución, y este temor, este miedo de clase será la pesadilla de una burguesía, por lo demás, optimista. El miedo al credo y a los programas internacionalistas conformará la mentalidad, ideología y actitud burguesa.
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