18 jun 2012

EL DESCONTENTO EN LAS FILAS MODERADAS (II): BRAVO MURILLO EN EL GOBIERNO

La alternativa de Pacheco conducente a la Unión Liberal no había fraguado.  Quedaba la otra alternativa, la de Bravo Murillo, que ahora sube al poder: autoritarismo civil apoyado en la Corte. Este estudioso diputado, ministro de Justicia, rige el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas en los años 1847 a 1849.  Trabaja en pro de la enseñanza, los canales, la riqueza forestal, las carreteras de Badajoz, Valencia y en la de Soria a Navarra; faros, minas, teatro nacional, canal de Castilla; acomete la obra del Mapa Geológico de España y es entusiasta defensor del invento de su tiempo: el ferrocarril.  Se empeña en traer a Madrid 22.000 metros cúbicos de agua por el canal de Isabel II, inaugurado en 1851.  En 1849 fue nombrado ministro de Hacienda, acometiendo una serie de reformas para terminar con el déficit de 300 millones de reales.  Bravo Murillo era, pues, un funcionario en toda regla y un administrador competente en la línea de los afrancesados.
Cansados de la supremacía de todos los elementos militares sobre los civiles, Bravo Murillo es nombrado presidente del Consejo de Ministros.  Al nuevo gobierno le preocupa más el progreso material que la política; por ello, la opinión pública llamaba a este gabinete de "técnicos" "el honrado concejo de la Mesta".
El golpe de Estado dado en Francia el 2 de diciembre de 1851 por Napoleón III, prolongando sus poderes por diez años más, lleva a Bravo Murillo a pensar en una reforma constitucional, que, publicada en "La Gaceta", se presentó a las Cortes para su aprobación en bloque por medio de una sola discusión, para que se aprobase o rechazase sin dar lugar a ninguna clase de enmiendas.
Bravo Murillo, en su intento de colocar el progreso material al nivel europeo, estaba dispuesto a paralizar la acción del gobierno, despreciando a los políticos, las súplicas de los liberales y a la poderosa oligarquía, quienes no estaban dispuestos a contemplar la anulación completa del régimen representativo, precisamente porque este constitucionalismo adulterado era el instrumento de su poder.
Bravo Murillo quería legalizar y estabilizar la dictadura del poder ejecutivo; daba al Senado un carácter nobiliario, restableciendo los mayorazgos; escamoteaba la libertad de prensa y las garantías procesales y penales de la seguridad personal; creaba senadores por "derecho propio"; disolvió las Cortes y prohibió discutir su proyecto.  Ante este disloque parlamentario, que constituía un verdadero golpe de estado, todos se echaron encima (prensa, moderados, progresistas, ejército, reina...) y Bravo Murillo sólo sobrevivió once días a la publicación de su proyecto.

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