En el período de 1843 a 1854 contamos como docena y media de cambios de gobierno, lo que, hasta cierto punto, prueba que el mando descompuso a los moderados en bandos rivales: "puritanos" (Joaquín María Pacheco), "polacos" (conde de San Luis), "reaccionarios" (Bravo Murillo), "neocatólicos" (Donoso Cortés), etc. Tenemos, pues, a una serie de oligarcas unidos por el miedo común que les inspira la revolución. Y como la sombra revolucionaria no desaparecía, la política de este período estuvo dominada por el "espadón" de Narváez. Este militar metido a político tenía un carácter brutal. Amaba el poder por sí mismo y por los beneficios que le proporcionaba: un gran palacio, dinero y riquezas, lujos. Hasta tal punto se le subió el poder a la cabeza que tildaba a los que se le oponían de "cochinos amotinados" (incluida la Reina Madre María Cristina). Su carácter violento conocía que la base de su poder estaba en el ejército y a él estaba dispuesto a sacrificar "todos los recursos del país". En esta línea, obligó a dimitir a Bravo Murillo cuando su política de ahorro amenazó el presupuesto militar. Empleaba espías, agentes provocadores y señalaba impuestos por decreto; sus ideas sobre la prensa eran muy curiosas: "No es suficiente confiscar los periódicos; para acabar con los malos periódicos habría que matar a todos los periodistas". Para que no faltara nada, Narváez era también algo volteriano. Se dice que en su lecho de muerte resumió su vida en este epitafio: "No tengo enemigos, los he pasado todos a cuchillo".
Llegó el momento en que Narváez era mal visto por la corte, por los progresistas, por los moderados y hasta por los mismos generales, como el clan de los Concha, dispuestos a levantarse contra él.
De entre los descontentos con el militarismo y el gobierno de los espadones estaban los grupos de los abogados. Uno de ellos era Pacheco, jefe de los conservadores puritanos, partidarios de la preeminencia civil en el antiguo partido moderado y deseosos de la reconciliación con los demás respetables progresistas, para así formar un partido dominante. Entroncaba, por una parte, con el viejo lema de "restaurar la armonía de la familia liberal" y se adelantaba a la futura "Unión Liberal". Sin embargo, fracasa, y su pensamiento no se hará realidad sino a partir de 1858.
Narváez cayó el 12 de febrero de 1846, pero el descontento entre las filas moderadas y la actitud de los radicales hizo que Narváez fuese de nuevo llamado a formar gobierno el 4 de octubre de 1847; en este intervalo de veinte meses se habían sucedido seis gobiernos distintos (Miraflores, Narváez, Istúriz, duque de Sotomayor, Pacheco y García Goyena).
El nuevo gobierno de Narváez durará hasta enero de 1851. En este período adquirirá fama de hombre fuerte por haber derrotado el espíritu de la Revolución de 1848 en España. Auténtico dictador, se desentiende de las Cortes, de los políticos moderados parlamentarios y de los clericales.
La dictadura de Narváez fue elevada a la categoría de principio por el extremismo teológico de Donoso Cortés, un pensador de segunda fila cuya fama se basaba en ideas importadas de los conservadores clericales franceses. Eran suyas ideas como éstas: De la misma manera que la herejía reforzaba la fe, así la revolución, su correlato secular, debía exaltar la autoridad; de la misma manera que Dios suspendía la actuación de las leyes naturales por los milagros, así los gobiernos debían suspender el origen político para acabar con la revolución mediante la dictadura. No es milagro que el extremismo de Donoso haya llamado la atención de los reaccionarios españoles.
La camarilla clerical se deshizo de Narváez, pero el partido moderado quedaba desangelado, demostrando una vez más que eran una serie de oligarcas, una "caterva de egoístas", como les llamaban los carlistas, unidos por el pavor que les infundía la revolución. Y así los moderados se sacrificaban aunque no les gustase el concepto de orden impuesto por Narváez.
Para saber más puedes leer HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LAS ESPAÑAS II siguiendo este ENLACE
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