30 jun 2012

EL CACIQUISMO (II)


El caciquismo y la manipulación de las elecciones no eran una novedad en la historia de las Españas, aunque los cínicos políticos de la Restauración se encargarán de institucionalizarlos.  Ya en la primera mitad del siglo XIX, el gobierno designaba a sus gobernadores provinciales, y éstos, a su vez, escogían a sus caciques o agentes locales para hacer posible cualquier fraude por medio de estas influencias. En el dominio de esta técnica se habían distinguido políticos como Sartorius, Nocedal, Posada Herrera.  Era todo un proceso en el que iban mancándose las manos desde el ministro de la Gobernación hasta los pequeños terratenientes o secretarios de las aldeas más pequeñas.  por supuesto que los jefes de gobierno, aunque presumieron de puros y orgullosos, contaban siempre con un ministro de la Gobernación apto para estos menesteres: Cánovas utilizó a Romero Robledo; Sagasta, a Venancio González, y el idealista Maura, a La Cierva.
Excluyamos la lucha por una auténtica democracia y partamos de la base de que los 2.000 personajes de la Restauración de que habla Maura son los que mueven la esfera política y, en su elitismo, se obstinan por defender sus intereses minoritarios, no afrontando las cuestiones básicas y eliminando las crisis y problemas a base de no hablar de ellos.  Dejando claro esto, justificamos que Cánovas simulara una ordenada convivencia civil a lo largo de esta feudalización electoral, ya que, según él, el cuerpo electoral, por su extrema versatilidad, no puede servir de guía a la Corona para la dirección de los asuntos políticos.  Por ello, aunque no era amigo del sufragio universal, lo admitió a sabiendas deque sería falsificado permanentemente por liberales y conservadores.  Además, dirá Cánovas, el caciquismo despierta políticamente a las aldeas y, lo que es importante, impide la intromisión del ejército.  De un remedio pasó a ser un perpetuo escándalo, implicando a la totalidad del país y convirtiendo en una farsa toda la política de la Restauración.  No se trataba, pues, de un régimen parlamentario con abusos: el abuso era el sistema mismo.
Joaquín Costa nos refiere una anécdota en la que el subsecretario del Ministerio de Gracia y Justicia, hablándole en confianza, le estaba definiendo el régimen político de la nación:

"No se mate usted, señor Costa: si quiere alcanzar justicia, hágase diputado.  En España no son personas "sui juris"; no somos hombres libres, no gozamos la plenitud de la capacidad jurídica más que los diputados a Cortes, los senadores y los directores de los periódicos de gran circulación; en junto, escasamente un millar de individuos en toda España; los demás son personas jurídicamente incompletas, viviendo a merced de ese millar o de sus hechuras"

En teoría, este régimen parlamentario tiene por fin el gobierno del país; pero en la práctica pone de manifiesto que la suerte de un pueblo está pendiente de la voluntad del jefe de una parcialidad política o, cuando más, de una oligarquía de notables.  Es ese millar de privilegiados que gobiernan para su interés personal, y se confabulan para dominar y explotar el país, esto es, a esos 18 millones de avasallados que permanecen en la Edad Media.  . 

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