La ineficacia de la organización pactista y la creencia ingenua en una revolución espontanea se desacreditaron. La jefatura del partido no tomó con calor -incluso condenó- el levantamiento armado, lo que hizo que los internacionalistas obreros catalanes se abstuvieran de la actividad política en lo sucesivo. Las causas de las revueltas habían sido locales o sociales: el desarme de las milicias (factor principal), sustitución de ayuntamientos republicanos, malestar social, desconfianza en el gobierno, etc. Se imponía un autoanálisis.
Los parlamentarios republicanos decidieron (muy inteligentemente) no regresar a las Cortes hasta que no se restableciesen las garantías. Adoptando la táctica del retraimiento, se produjo el rompimiento de la coalición, dimitiendo los unionistas. Fue el momento aprovechado por Pi y Margll (Prim también lo deseaba) para retornar a la oposición legal, ya que su política podía ser eficaz al demostrar las diferencias que dividían a progresistas y unionistas.
La posición de Pi y Margall en el partido se estaba fortaleciendo. Pero la amenaza vino: Castelar y otros diputados, desilusionados respecto al federalismo, se pasaron al republicanismo unitario. El problema era grave, porque podían atacar al pactismo federal y provocar una división definitiva. García Ruíz y otros acusaron a los federales de ser políticos a sueldo delos rebeldes cubanos, de cuya insurrección habían sido causantes.
Pi y Margall volvió a sus métodos de propaganda y oposición legal, dirigidos por un organismo central más fuerte. Pi quería conservar el entusiasmo de las provincias un tanto alejado del activismo de los extremistas, ahora desterrados; pensaba que en su momento había de pedirse ayuda al republicanismo internacional.
La situación del jefe de gobierno, Prim, no era muy optimista (lo sería aún menos cuando sufriese el atentado), y su popularidad estaba menguando: sus relaciones con los unionistas se habían estropeado por su negativa a aceptar a Antonio María Felipe de Orleáns, duque de Montpensier, como candidato al trono; los carlistas nuevamente se levantaban; los sentimientos católicos estaban un tanto disgustados porque se les obligaba a jurar el principio de la libertad de cultos; el obligarse a requerir otra "quinta" le creaba impopularidad; la cuestión cubana no se arreglaba y había sospechas sobre las conversaciones secretas que se llevaban a cabo con Estados Unidos. Habían fracasado los planes de la Unión Ibérica con el candidato portugués; falló el intento de permuta de Gibraltar por Ceuta (SÍ, COMO LO OYES, QUERIDO LECTOR); incluso los militares andaban disgustados u obstinados. La situación a mediados de 1869 no presentaba un aspecto muy boyante y las reformas de tipo socio-económico se hacían esperar mucho. La revolución no iba a lo honro y, por ello, se hacía inviable. Los periódicos satíricos, como "La Gorda" y "La Flaca", al amparo de la prensa libre difundían el descontento y atacaban la labor de las Cortes, como demuestran estos versos burlescos:
La Revolución de Septiembre no tiene dinero,
no tiene crédito,
no tiene hombres,
no tiene masas,
no tiene fuerza,
no tiene ciencia,
no tiene fe,
no tiene virtudes.
¿De qué sirve, pues, la Revolución de Septiembre?
Vive como las mujeres públicas, de los vicios de los demás.
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