En los debates destacaron grandes retóricos, hombres con don de palabra, según el patrón romántico, oradores incisivos,dialécticos. La oratoria parlamentaria generó discursos de hasta cuatro horas a cargo de Castelar, Ríos Rosas, Olózaga, Figueras, Martos, Echegaray, Cánovas, Pi y Margall, Posada Herrera, Sagasta, Ruiz Zorrilla, Prim, etcétera.
Comourgía que se elaborase una Constitución, se encargó para que dictara el proyecto constitucional a una comisión presidida por Olózaga y compuesta por Aguirre, Mata, Ríos Rosas, C. Valera, Montero Ríos, Armijo, Posada Herrera, Martos, Becerra, Ulloa, M. Silvela, Moret, Godinez de Paz y Romero Girón, quienes en veinticinco días tenían listos los 11 títulos y 111 artículos que incorporaban los principios de la revolución triunfante. por supuesto, se implantaba el sufragio universal y se concedía a los derechos individuales su máximo desarrollo.
Los debates más importantes se centraron en torno al artículo 33, que instauraba la monarquía democrática, nacida del voto de las Cortes y privada de toda función que no fuese la meramente simbólica de la unidad del Estado. El otro artículo que alcanzó inmediatas resonancia fue el 21, que establecía la libertad de culto.
El anticlericalismo republicano se mostró racionalista e intransigente en los discursos de Pi y Margall y Garrido, quienes atacaron a la Iglesia y al Estado desde bases racionalistas y económicas. Pi Margall era incisivo al atacar a unos católicos que se habían beneficiado con las rentas de las tierras de la Iglesia y ahora utilizaban la religión para apuntalar los derechos de propiedad. el ateísmo militante de Suñer y Capdevila y el ideal de Castelar de una Iglesia libre en una sociedad libre fueron aceptados entusiásticamente por los republicanos, si bien hizo mucho daño a carlistas y unitaristas.
Pi y Margall atacó, como un especialista, la política librecambista de Figuerola y su confianza en los empréstitos extranjeros para aliviar el empeoramiento de la situación económica.. Prim se había adelantado a cuanto podía ocurrir, anatemizando la monarquía de los Borbones con aquel triple "¡Jamás!, ¡jamás!, ¡jamás!"; pese a la defensa de una república por Castelar, Garrido, Pi y Margall, Figueras, Palanca, Sorni, Gil Berges, Serraclara, García Ruiz y Sánchez Ruano, durante ocho días consecutivos, el principio monárquico salió adelante por 214 votos contra 71. De nada valieron sus ataques a una monarquía prefabricada, en una revolución que debía su vigor a las ideas democrático-republicanas que la habían producido. Igual mecánica se siguió en los debates sobre la abolición de las quintas o la existencia de un ejército fuerte por encima de todo, como propugnó Prim en su contestación a Castelar.
Pesimismo, falta de concordancia en las medidas políticas y carencia de una jefatura firme se notó en el descenso del entusiasmo republicano. Por fin, el 1º de junio se aprobó la Constitución, por 214 votos contra 55, con la firma de los federales como individuos, ya que no la aceptaban como partido. Un tanto de frustración, pese a su notabilidad parlamentaria, se dejó sentir en muchos republicanos partidarios de la acción que la actividad parlamentaria no había podido suscitar.
Quedaba por proveer un problema de interinidad. ¿Quién ejercería la regencia mientras era elegido el nuevo rey?
Resultó ser elegido Serrano, hombre de buen sentido ("el Judas de Arjonilla") y prestancia física ("el general bonito"), favorito... de la reina, con tres entorchados de capitán general, tres laureadas de San Fernando, ministro universal en 1843, grande de España en 1862 y ahora, para completar su currículum, el duque de la Torre ostentaba un sucedáneo de corona. Por supuesto que este cargo no había tentado a Prim, quien, más que honores, como político que era, deseaba dirigir la revolución.
El regente quedaba encerrado en lo que Castelar llamó "jaula de oro" y encargó a Prim formar un nuevo gobirno. Sus tareas consistirán en afirmar el principio de autoridad, comprometido por las crecientes alteraciones del orden público, de alzamientos federales, como el de octubre de 1869, y en continuos conflictos sociales. Prim tenía prisa porque la máquina constitucional funcionara por completo, y de ahí su impaciencia por acelerar la búsqueda de un rey, cuya tardanza se prolongaría demasiado.
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