25 ene 2015

DON FERNANDO, INFANTE DE CASTILLA

Con un margen de tiempo de tan sólo cuatro años mueren Enrique III (1406), en Castilla, y Martín el Humano (1410), en Aragón. Durante sus reinados, las relaciones entre los dos grandes estados peninsulares habían sido sumamente amistosas. Con la desaparición de ambos se plantean en sus respectivos reinos -aunque de forma más aguda en la Corona de Aragón- una serie de problemas derivados de un posible vacío de poder. En Castilla, el trono quedaba en manos de un niño (Juan II). En Aragón, el problema era todavía más grave como ya hemos visto. Tanto en uno como en otro Estado, una persona hasta entonces prácticamente en la sombra se va a convertir en el árbitro de la situación: el hermano del difunto Enrique III, el infante don Fernando.
Reconstruir lo que fue el reinado de Enrique III de Castilla resulta tarea harto penosa, dado que el canciller López de Ayala dejó la crónica de este monarca inacabada, o para ser más exactos, sólo reducida a los primeros años de su gobierno. Resulta obvio, por tanto, considerar que la vida de su hermano, don Fernando, a lo largo de los años finales del siglo XIV y primeros del XV es casi un enigma. Sobre el papel político que desempeñó se han lanzado diversas hipótesis, alguna de las cuales ha aventurado la posibilidad de que este personaje llegase a convertirse en algún momento en cabeza del estamento nobiliario, frente a la política autoritaria de Enrique III. Esto no parece cuadrar demasiado bien con el retrato que del infante trazó Pérez de Guzmán en sus Generaciones y semblanzas, cuando dice de él:

"A los que le sirvieron fue asaz franco; pero entro todas sus virtudes, las que más fueron en él de loar fueron la gran humildad e obediencia que siempre guardó al Rey su hermano, e lealtad e amor que ovo al Rey don Juan su hijo".

Por nuestra parte, nos vemos obligados a considerar que el papel decisivo que Fernando (Fernando el de Antequera) va a desempeñar en las crisis sucesorias castellana y aragonesa en los primeros años del siglo XV se vio considerablemente favorecido por contar con una plataforma de partida lo suficientemente amplia. Traducido en otras palabras: por contar con la mayor red de señoríos que noble alguno pueda tener en territorio castellano. Los pasos dados hasta la consecución de tal potencia creemos pueden ser fijados de la sigueinte forma:
Ya bajo Juan I, el infante don Fernando está presente en la mente de su padre en dos ocasiones claves: en su testamento y en las Cortes de Guadalajara de 1390. Aunque algunas de las cláusulas del primero no pudieran cumplirse, supone ya un intento del segundo Trastámara de engrandecer a su segundo hijo. Se habla en él de que le sean entregadas las villas de Olmedo, Medina, Valmaseda y Santa Gadea, así como también el condado de Trastámara, amén de toda una serie de rentas. Dada la imposibilidad de dar cumplimiento a muchos de estos deseos de Juan I, de mayor importancia para el engrandecimiento del infante serán las Cortes de Guadalajara de 1390, pues en ellas se le concedían el señorío de Lara, las villas de Medina del Campo, Olmedo, Cuéllar y Peñafiel, esta última con el título, poco frecuente, de ducado.
La siguiente fase en el engrandecimiento señorial del infante viene dada por su matrimonio con doña Leonor de alburquerque, hija del infante don Sancho, conocida como "la rica hembra" Esta señora aportó en su casamiento los señoríos de Haro, Briones, Cerezo, Belorado, Ledesma, Alburquerque, Codesera, Alconchel, Medellín, Alconétar, Villalón y Ureña. Con razón se decía que desde la frontera de Navarra a la de Portugal se podía atravesar toda Castilla sin necesidad de abandonar los dominios de alguno de los dos cónyuges. Estas fuertes posiciones serán en gran medida lo que permita a la prolífica descendencia de este matrimonio (los famosos "infantes de Aragón") intervenir en el futuro, de forma directa, en los asuntos internos de Castilla. De momento, y coincidiendo con la plenitud del reinado de Enrique III, el infante don Fernando parece alejado de toda tarea de gobierno. La leyenda ha llegado a hablar incluso de una sorda hostilidad del monarca hacia su hermano. En todo caso, el infante aprovechó cumplidamente estos años para organizar debidamente sus señoríos y rodearse de un equipo de colaboradores: Carlos de Arellano, Garcí González de Herrera.... que le serán de gran utilidad en el futuro. Algunas negociaciones matrimoniales con Navarra -que preludian la futura instalación de su hijo Juan en el trono del pequeño reino pirenaico- y la acumulación de nuevas rentas y privilegios contribuyen de forma callada a reforzar más aún sus posiciones.
La fase culminante del engrandecimiento de don Fernando simplemente como infante de Castilla la alcanza en los últimos años del reinado de su hermano Enrique. Cuando su sucesión se veía plenamente asegurada, la del monarca constituía un grave problema. Hasta 1405, Enrique III no contaba más que con descendencia femenina. El nacimiento en esta fecha del futuro Juan II parecía despejar de nubes el sombrío panorama político que podía caer sobre Castilla en caso de que su monarca, joven aún, pero de muy precaria salud, muriese sin descendientes varones. El desenlace se produjo antes de lo previsto, al agravarse la enfermedad del monarca inesperadamente a fines de 1406, en vísperas de iniciar una campaña a fondo contra el reino de Granada.
Para acometer tal empresa fue necesaria una convocatoria de Cortes, que tuvo lugar en Toledo. Estando el monarca a punto de fallecer, el infante don Fernando se encargó de presidir la asamblea. Dos problemas se habían de debatir en ella: uno, la votación de subsidios; otro, aunque de manera un tanto discreta aún, la formación de un equipo de regencia, asunto que acabó convirtiéndose en acuciante cuando Enrique III fallecía en la Navidad de 1406. De acuerdo con las cláusulas del testamento de Enrique III, la tutoría de Juan II habría de ser ejercida conjuntamente por el infante don Fernando y la reina madre, Catalina de Lancaster.
El deseo del monarca se cumplió escrupulosamente. Se ha especulado con la idea de que algunos nobles castellanos hicieran proposiciones al infante para que tomara la corona, prescindiendo de todo formalismo, propuestas que don Fernando rechazó categóricamente. Si esto fuera cierto, el infante se presentaba como una persona de una honradez política a toda prueba, lo que constituiría, cara al futuro, un argumento más para seguir escalando nuevas posiciones.

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