El equipo de gobierno le es fiel y en su conjunto homogéneo. Tras unos cambios profundos, se manifestarán y formularán las premisas de un gobierno liberal y se transformará hondamente la constitución última de la sociedad española. De los componentes de su gobierno destaca el marqués de Esquilache, siciliano, hombre de confianza, activísimo, reformador, cargado de iniciativas; ocupaba la Secretaría de Estado, Hacienda y Guerra. Su dudosa honradez y su impopularidad obligarían al monarca a destituirle.
Tenemos también a Ricardo Wall, irlandés brillante y hábil. De momento, Carlos III le mantiene en su cartera de Negocios extranjeros, hasta que viendo que su ministerio lo llevan sus subordinados, lo reemplaza por el marqués de Grimaldi.
El marqués de Campo de Villar y Julián Arriaga son los ministros de Justicia y Marina respectivamente desde la época de Fernando VI.
Este equipo no forma un bloque progresivo, pero pronto empiezan a verse cambios de orientación. Tras los sucesos de Esquilache, de los que pronto hablaremos, Múzquiz le sustituirá en Hacienda y Muniain en Guerra; pero sobre todo se designará a Roda para ministro de Justicia y Floridablanca se meterá en la Secretaría de Estado.
Manuel de Roda es un aragonés firme, leal, inteligente. Se trata de un hombre muy bien preparado en asuntos jurídicos y diplomáticos. Defendió a España ante la Santa Sede y es el hombre indicado para reformar las universidades y la legislación y para entender en todas las cuestones del regalismo.
Floridablanca no sucede a Grimaldi hasta 1778. Moñino, joven abogado murciano, se hace muy famoso en el Madrid de la época; se relaciona con altos personajes y con Campomanes, llegando a formar pareja con él como fiscales ambos del Consejo de Castilla. Destacará pronto por su capacidad de trabajo en toda una serie de informes y averiguaciones, consiguiendo del Papa la extinción de la Compañía de Jesús. A partir de 1776 desempeñará la Secretaría de Estado.
Instruido y enérgico es el asturiano Campomanes, competente intérprete de la independencia del poder real con respecto a la autoridad eclesiástica. Historiador, jurista, canonista, destacará aún ás como uno de los mejores técnicos en el planteamiento y solución a las reformas económicas.
Aranda es el complemento que faltaba: militar aragonés, brutalmente franco, inteligente y decidido, fue presidente del Consejo de Castilla; ganó la confianza del pueblo hacia Carlos III y acometió la empresa de expulsar a los jesuitas. Enfrentado con Grimaldi, pidió la embajada de París, donde se le abrieron de par en par las puertas del mundo de los filósofos de la época.
Todas las personas que rodean a Carlos III componen un todo armónico en el que no destacará ni siquiera el leal, y no jesuita, padre Eleta, su confesor. Lo mismo se puede decir de su gentilhombre duque de Losada, quen sigue relacionándose con Tanucci.
La postura unánime de goberno no tardará en reflejarse en toda una serie de problemas, como la independencia de los Estados Unidos, regalismo, jesuitas y otros múltiples aspectos interiores.
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