Carlos III es la sencillez suma en el vestir y en el vivir. Es un rey feo y afable; atento y oportuno con los embajadores extranjeros y benevolentecon las gentes de palacio. Orden, serenidad, trabajo son los elementos que el rey cumple, consciente de la idea elevada de su misión. Fiel a Amalia de Sajonia, severo en sus costumbres; apenas dio fiestas al divertido pueblo madrileño este rey viudo, casto y austero.
Desde un principio dedica varias horas diarias a los negocios de Estado, contrastando con su hermano, Fernando VI, que apenas les dedicaba un cuarto de hora al día, y con su hijo, Carlos IV, quien nunca entendió la seriedad de estos asuntos.
Este empeño obligaba a decir de él: "Su firmea es su defecto principal, pues lo que quiere lo quiere con obstinación, y las imposibilidades no le arredran", o "está más inclinado que nunca a gobernar solo y por sí mismo". Todo esto le granjea las simpatías de las demás cortes europeas.
Tambiés es de tener en cuenta que cuando arlos III ocupa el trono español no es un ignorante ni un "parvernu"; lleva ya veinticinco años aprendiendo el oficio de gobernar como rey de Nápoles, bajo la ilustrada direción de Tanucci. Su competencia le hará distinguir rápidamente aquellos hombres útiles en los aspectos económicos, sociales, religiosos...
En contra de este bosquejo biográfico se muestran quienes hacen de él un juguete de sus consejeros, lo cual, dice Sarrailh, afirman algunos para excusar en partes ciertos actos del monarca que estiman inocuos, en particular la expulsión de los jesuitas. Así se expresa, irónicamente, Menéndez Pelayo:
"De Carlos III lo mejor que puede decirse es que tenía condiciones para ser un especiero modelo, un honrado alcalde de barrio, uno de esos burgueses... muy conservadores y circunspectos, graves y económicos, religiosos en su casa, mientras dejan que la impiedad corra desbocada y triunfante por las calles... ¿Qué importa que tuviera virtudes de hombre privado y de padre de familia, y que fuera casto y sobrio y sencillo, si como rey fue más funesto que cuanto hubiera podido serlo por sus vicios particulares?"
Pero, como cabe esperar, son muy pocos los historiadores que comulgaan con dicha impresión, y casi todos sostienen opiniones bien contrarias y aproximadas a esta de Morel-Fatio:
"En la misma medida en que Fernando VI era de carácter indeciso y apático, dio pruebas su hermano de voluntad, de energía y de perseverancia en la ejecución de sus ideas. Desde hacía mucho tiempo no se había visto en el trono de Castilla a un soberano tan resuelto, tan dueño de sí y tan dueño de sus ministros."
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Desde un principio dedica varias horas diarias a los negocios de Estado, contrastando con su hermano, Fernando VI, que apenas les dedicaba un cuarto de hora al día, y con su hijo, Carlos IV, quien nunca entendió la seriedad de estos asuntos.
Este empeño obligaba a decir de él: "Su firmea es su defecto principal, pues lo que quiere lo quiere con obstinación, y las imposibilidades no le arredran", o "está más inclinado que nunca a gobernar solo y por sí mismo". Todo esto le granjea las simpatías de las demás cortes europeas.
Tambiés es de tener en cuenta que cuando arlos III ocupa el trono español no es un ignorante ni un "parvernu"; lleva ya veinticinco años aprendiendo el oficio de gobernar como rey de Nápoles, bajo la ilustrada direción de Tanucci. Su competencia le hará distinguir rápidamente aquellos hombres útiles en los aspectos económicos, sociales, religiosos...
En contra de este bosquejo biográfico se muestran quienes hacen de él un juguete de sus consejeros, lo cual, dice Sarrailh, afirman algunos para excusar en partes ciertos actos del monarca que estiman inocuos, en particular la expulsión de los jesuitas. Así se expresa, irónicamente, Menéndez Pelayo:
"De Carlos III lo mejor que puede decirse es que tenía condiciones para ser un especiero modelo, un honrado alcalde de barrio, uno de esos burgueses... muy conservadores y circunspectos, graves y económicos, religiosos en su casa, mientras dejan que la impiedad corra desbocada y triunfante por las calles... ¿Qué importa que tuviera virtudes de hombre privado y de padre de familia, y que fuera casto y sobrio y sencillo, si como rey fue más funesto que cuanto hubiera podido serlo por sus vicios particulares?"
Pero, como cabe esperar, son muy pocos los historiadores que comulgaan con dicha impresión, y casi todos sostienen opiniones bien contrarias y aproximadas a esta de Morel-Fatio:
"En la misma medida en que Fernando VI era de carácter indeciso y apático, dio pruebas su hermano de voluntad, de energía y de perseverancia en la ejecución de sus ideas. Desde hacía mucho tiempo no se había visto en el trono de Castilla a un soberano tan resuelto, tan dueño de sí y tan dueño de sus ministros."
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