En los días de Felipe IV, la moneda había danzado una trágica mojigancia de inflaciones y deflaciones, de las que había salido cada vez más enferma; 1642 fue año de deflación, pero los gastos que exigieron los compromisos militares de la monarquía eran tales, que aquel mismo año la Corona se vio ante la alternativa de aumentar los impuestos o devaluar la moneda. En 1651, Felipe IV se decidió por la inflación. El consiguiente aumento de los precios llevó a una nueva deflación, y todavía entre los años 1657 a 1660 se intentó por tres veces la devaluación y por dos la revaluación de la moneda, siempre sin resultados definitivos.
Durante el reinado de Carlos II, la moneda de vellón siguió depreciándose continuamente. La relación de las medidas y contramedidas que se tomaron entre 1665 y 1680 no tendremos otro remedio que omitirla para no aburrir al lector. Al iniciar Oropesa su programa de reformas, una nueva decisión vino a zanjar el caos monetario existente. El 16 de octubre de 1686 se decretó un nuevo sistema de equivalencias entre la plata y el cobre, que permitió la vuelta a la circulación de grandes cantidades de plata atesorada y, en consecuencia, una cierta reactivación económica. Esto no obstante, Oropesa no logró que sus medidas desembocaran en un verdadero éxito.
Tampoco qudaron al margen de las reformas de Oropesa los aristócratas, la Iglesia ni la misma máquina burocrática. Los primeros, temiendo que el fisco metiera la mano hasta el fondo de sus bolsillos, terminaron por desbordar a Oropesa. También la Iglesia adoptó una postura hostil, pues el eficiente ministro se propuso reducir drásticamente el número de clérigos sin vocación, para lo cual solicitó de los obispos la suspensión temporal de ordenaciones y limitó -al menos lo intentó- la fundación de nuevos institutos religiosos. La Inquisición misma estuvo a punto de ver recortados sus privilegios y frenadas sus audacias. A pesar de la opocisión decidida de los sectores más influyentes de la sociedad española, la administración de Oropesa no fue un fracaso. Hizo una aportación a la lenta recuperación de España de su postración... Pero muchas propuestas eran prematuras y estaban en desacuerdo con la época y el lugar.
Entretanto, el matrimonio de Carlos y María Luisa de Orleáns no daba al país el heredero que necesitaba. La reina, que gozaba de gran popularidad entre sus súbditos, tuvo que sufrir también las crueles coplas con que los panfletistas aludían a su infecundidad, como aquella que cantaba:
En 1688, la reina, que desde hacía algún tiempo venía padeciendo constantes indisposiciones, falleció, al parecer, a causa de una peritonitis apendicular. Con la muerte de María Luisa, las esperanzas de dar un heredero a la Corona renacieron. Las Cortes de Europa se lanzaron a una carrera desesperada por sentar a sus respectivas candidatas en el trono español. Finalmente, fue elegida Mariana de Neoburgo, hija del elector palatino, cuñada del emperador Leopoldo. Además de las razones políticas que inclinaron a aceptar como reina a Mariana, también había otras de tipo biológico. La novia procedía de una familia extraordinariamente fecunda: su madre había tenido nada menos que veintitrés hijos, de los que vivían diecisiete.
La boda se concluyó en 1689. La reina era, en realidad, una real hembra. Carlos II se entusiasmó ante su retrato, y no menos aún ante la realidad. Pero pronto Mariana comprendió que tampoco ella podría darle un heredero a España. Siendo una mujer calculadora y fría, no tardó en entregarse de lleno a las intrigas políticas necesarias para poner en manos de Austria la herencia española. Por lo pronto Luis XIV, viendo que se le escapaba de las manos el fruto de sus esfuerzos anteriores por atraerse la benevolencia de Carlos mediante un testamento favorable, declaró la guerra a España apenas tuvo noticia del matrimonio del rey español con la princesa alemana.
Las intrigas de la reina terminaron también con la salida de Oropesa, cuya dimisión se produjo en junio de 1691. A su caída, el gobierno quedó practicamente decapitado. La reina Mariana de Neoburgo relegó a su esposo a la vitrina de los objetos inútiles y se apropió por completo de la soberanía dque sólo a él pertenecía ejercer. Se rodeó de colaboradores tan serviles como ineptos, españoles unos -como Juan Angulo (a quien llamaban "el Mulo") o Alonso Carnero- y alemanes otros, destacados estos últimos por una desenfrenada rapacidad, de la que la reina era la primera en dar ejemplo. Para ayudar a sus parientes alemanes, la reina no dudó en saquear los palacios reales, enviando clandestinamente a Alemania cuadros, porcelanas y objetos preciosos de la más diversa índole, con lo que parte de nuestro patrimonio artístico se dispersó por Europa, y todavía habría ocurrido algo más grave si el insignificante Carlos II no hubiera reunido los retazos de su voluntad para oponerse. Como ejemplo de los chanchullos de Mariana, podría servir la carta que su hermano Juan Guillermo, que era el encargado de enviar a la reina pan, cerveza y vino del Rin, escribió al confesor de Mariana:
"Voy a recomendar a vuestra paternidad un delicado asunto. He oído decir que en una de las habitaciones del Alcázar más frecuentadas por el rey hay un cuadro bastante grande de Pablo Veronés, que representa a Nuestro Señor disputando con los doctores. Mi suegro, el gran duque de Toscana, desea vivamente poseer esta obra y fía conseguirlo de la angelical intervención de Mariana. Se facilitará el intento, bien encargado a Lucas Jordán que haga una copia exacta para colocarla en donde está el original, bien convenciendo la reina al rey de que el propio Jordán puede pintar otro cuadro del mismo tamaño, seguramente más bonito".
El padre Gabriel, en su contestación a Juan Guillermo, decía así:
"No he dicho nada a Su Majestad de lo referente al Veronés, porque temo que ocurra lo mismo que con el Rubens de la "Adoración de los Magos", el cual no estaba siquiera con el otro en la habitación de diario, sino en el cuarto bajo que sólo se usa durante el verano. A pesar de ello, cuando la reina lo pidió con gran interés para regalarlo a V.A., se negó el rey alegando que no estaba colgado, sino que formaba parte de la decoración de la pieza y pertenecía al patrimonio de la Corona".
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Durante el reinado de Carlos II, la moneda de vellón siguió depreciándose continuamente. La relación de las medidas y contramedidas que se tomaron entre 1665 y 1680 no tendremos otro remedio que omitirla para no aburrir al lector. Al iniciar Oropesa su programa de reformas, una nueva decisión vino a zanjar el caos monetario existente. El 16 de octubre de 1686 se decretó un nuevo sistema de equivalencias entre la plata y el cobre, que permitió la vuelta a la circulación de grandes cantidades de plata atesorada y, en consecuencia, una cierta reactivación económica. Esto no obstante, Oropesa no logró que sus medidas desembocaran en un verdadero éxito.
Tampoco qudaron al margen de las reformas de Oropesa los aristócratas, la Iglesia ni la misma máquina burocrática. Los primeros, temiendo que el fisco metiera la mano hasta el fondo de sus bolsillos, terminaron por desbordar a Oropesa. También la Iglesia adoptó una postura hostil, pues el eficiente ministro se propuso reducir drásticamente el número de clérigos sin vocación, para lo cual solicitó de los obispos la suspensión temporal de ordenaciones y limitó -al menos lo intentó- la fundación de nuevos institutos religiosos. La Inquisición misma estuvo a punto de ver recortados sus privilegios y frenadas sus audacias. A pesar de la opocisión decidida de los sectores más influyentes de la sociedad española, la administración de Oropesa no fue un fracaso. Hizo una aportación a la lenta recuperación de España de su postración... Pero muchas propuestas eran prematuras y estaban en desacuerdo con la época y el lugar.
Entretanto, el matrimonio de Carlos y María Luisa de Orleáns no daba al país el heredero que necesitaba. La reina, que gozaba de gran popularidad entre sus súbditos, tuvo que sufrir también las crueles coplas con que los panfletistas aludían a su infecundidad, como aquella que cantaba:
Parid, bella flor de lis
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España
si no parís, a París.
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España
si no parís, a París.
En 1688, la reina, que desde hacía algún tiempo venía padeciendo constantes indisposiciones, falleció, al parecer, a causa de una peritonitis apendicular. Con la muerte de María Luisa, las esperanzas de dar un heredero a la Corona renacieron. Las Cortes de Europa se lanzaron a una carrera desesperada por sentar a sus respectivas candidatas en el trono español. Finalmente, fue elegida Mariana de Neoburgo, hija del elector palatino, cuñada del emperador Leopoldo. Además de las razones políticas que inclinaron a aceptar como reina a Mariana, también había otras de tipo biológico. La novia procedía de una familia extraordinariamente fecunda: su madre había tenido nada menos que veintitrés hijos, de los que vivían diecisiete.
La boda se concluyó en 1689. La reina era, en realidad, una real hembra. Carlos II se entusiasmó ante su retrato, y no menos aún ante la realidad. Pero pronto Mariana comprendió que tampoco ella podría darle un heredero a España. Siendo una mujer calculadora y fría, no tardó en entregarse de lleno a las intrigas políticas necesarias para poner en manos de Austria la herencia española. Por lo pronto Luis XIV, viendo que se le escapaba de las manos el fruto de sus esfuerzos anteriores por atraerse la benevolencia de Carlos mediante un testamento favorable, declaró la guerra a España apenas tuvo noticia del matrimonio del rey español con la princesa alemana.
Las intrigas de la reina terminaron también con la salida de Oropesa, cuya dimisión se produjo en junio de 1691. A su caída, el gobierno quedó practicamente decapitado. La reina Mariana de Neoburgo relegó a su esposo a la vitrina de los objetos inútiles y se apropió por completo de la soberanía dque sólo a él pertenecía ejercer. Se rodeó de colaboradores tan serviles como ineptos, españoles unos -como Juan Angulo (a quien llamaban "el Mulo") o Alonso Carnero- y alemanes otros, destacados estos últimos por una desenfrenada rapacidad, de la que la reina era la primera en dar ejemplo. Para ayudar a sus parientes alemanes, la reina no dudó en saquear los palacios reales, enviando clandestinamente a Alemania cuadros, porcelanas y objetos preciosos de la más diversa índole, con lo que parte de nuestro patrimonio artístico se dispersó por Europa, y todavía habría ocurrido algo más grave si el insignificante Carlos II no hubiera reunido los retazos de su voluntad para oponerse. Como ejemplo de los chanchullos de Mariana, podría servir la carta que su hermano Juan Guillermo, que era el encargado de enviar a la reina pan, cerveza y vino del Rin, escribió al confesor de Mariana:
"Voy a recomendar a vuestra paternidad un delicado asunto. He oído decir que en una de las habitaciones del Alcázar más frecuentadas por el rey hay un cuadro bastante grande de Pablo Veronés, que representa a Nuestro Señor disputando con los doctores. Mi suegro, el gran duque de Toscana, desea vivamente poseer esta obra y fía conseguirlo de la angelical intervención de Mariana. Se facilitará el intento, bien encargado a Lucas Jordán que haga una copia exacta para colocarla en donde está el original, bien convenciendo la reina al rey de que el propio Jordán puede pintar otro cuadro del mismo tamaño, seguramente más bonito".
El padre Gabriel, en su contestación a Juan Guillermo, decía así:
"No he dicho nada a Su Majestad de lo referente al Veronés, porque temo que ocurra lo mismo que con el Rubens de la "Adoración de los Magos", el cual no estaba siquiera con el otro en la habitación de diario, sino en el cuarto bajo que sólo se usa durante el verano. A pesar de ello, cuando la reina lo pidió con gran interés para regalarlo a V.A., se negó el rey alegando que no estaba colgado, sino que formaba parte de la decoración de la pieza y pertenecía al patrimonio de la Corona".
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