Medinaceli, por su parte, se limitó a unos objetivos mínimos, pero suficientes para hacer sobrevivir al país, e incluso para permitirle una cierta recuperación. Consciente de que el rey no era capaz de hacer nada útil por España, se esforzó por liberarlo de toda responsabilidad de gobierno, descargando sobre la máquina administrativa existente la tarea de mantener el orden y la ley y de poner al país en vías de recuperarse de la terrible crissi económica que venía padeciendo.
Hombres como Carlos de Herrera y José Veitia Linaje, expertos en cuestiones económicas, pasaron a ocupar destacados puestos como secretarios y consejeros de Medinaceli. Con su ayuda se intentó cortar los abusos que cometían los comerciantes extranjeros, a costa de España. Se prestó atención a la defensa del Imperio, se demostró que el gobierno tenía cierta conciencia de los problemas existentes y alguna ansiedad por hacerles frente. La región donde más se notaron los efectos fue Cataluña, que, por otra parte, ya hacía tiempo que venía recuperándose de su pretérita postración. A pesar de las guerras que la habían devastado, a pesar de la invasión francesa que nuevamente se produjo en 1680, Cataluña no cesaba de dar muestras de creciente solidez. Los alzamientos de don Juan José, partidos de Cataluña, ya eran una señal clara de que se estaba dando una gradual dislocación de los centros de gravedad del poder dentro de la Península. Durante los siglos XV y XVI, Castilla, el centro, había ostentado la preeminencia económica y, en consecuencia, la política. Ahora Castilla, totalmente empobredcida y esquilmada, cedía su preeminencia a las regiones periféricas. Y Cataluña fue la primera de ellas que dio señales de resurrección.
Hacia 1684, Medinaceli se considera un hombre quemado, incapaz de llevar adelante losproyectos que animaron su subida al poder. En aquel mismo año, el conde de Oropesa comenzó a compartir con él la suprema responsabilidad. Al año siguiente, Medinaceli, zarandeado por las intrigas de las dos reinas (doña Mariana, la reina madre, y doña Maria Luisa, la reina consorte), presentó la dimisión. Oropesa aceptó sucederle.
El conde de Oropesa acometió la más difícil de las tareas que podía fijarse cualqueir gobernante en aquellos días: la de reorganizar de pies a cabeza la Hacienda pública, inspirándose en los modelos franceses. Para llevar a cabo tal prropósito no le faltaban cualidades al de Oropesa, como las que descubría en él G. Maura:
"Posee un ventajoso talento, un bien templado juicio, una noticia universal de cosas prácticas adquirida en los libros; aplicación a los negocios, facilidad en comprenderlos, claridad en explicarlos, suavidad en su trato y moderación en sus costumbres"
Además, contaba con la colaboración de dos expertos tecnócratas: Manuel Francisco de Lira, a quien se nombró para ocupar la Secretaría de Despacho, y el marqués de Los Vélez, autor de un amplio memorándum que había de servir como documento de trabajo en la elaboración de una reforma fiscal.
Hombres como Carlos de Herrera y José Veitia Linaje, expertos en cuestiones económicas, pasaron a ocupar destacados puestos como secretarios y consejeros de Medinaceli. Con su ayuda se intentó cortar los abusos que cometían los comerciantes extranjeros, a costa de España. Se prestó atención a la defensa del Imperio, se demostró que el gobierno tenía cierta conciencia de los problemas existentes y alguna ansiedad por hacerles frente. La región donde más se notaron los efectos fue Cataluña, que, por otra parte, ya hacía tiempo que venía recuperándose de su pretérita postración. A pesar de las guerras que la habían devastado, a pesar de la invasión francesa que nuevamente se produjo en 1680, Cataluña no cesaba de dar muestras de creciente solidez. Los alzamientos de don Juan José, partidos de Cataluña, ya eran una señal clara de que se estaba dando una gradual dislocación de los centros de gravedad del poder dentro de la Península. Durante los siglos XV y XVI, Castilla, el centro, había ostentado la preeminencia económica y, en consecuencia, la política. Ahora Castilla, totalmente empobredcida y esquilmada, cedía su preeminencia a las regiones periféricas. Y Cataluña fue la primera de ellas que dio señales de resurrección.
Hacia 1684, Medinaceli se considera un hombre quemado, incapaz de llevar adelante losproyectos que animaron su subida al poder. En aquel mismo año, el conde de Oropesa comenzó a compartir con él la suprema responsabilidad. Al año siguiente, Medinaceli, zarandeado por las intrigas de las dos reinas (doña Mariana, la reina madre, y doña Maria Luisa, la reina consorte), presentó la dimisión. Oropesa aceptó sucederle.
El conde de Oropesa acometió la más difícil de las tareas que podía fijarse cualqueir gobernante en aquellos días: la de reorganizar de pies a cabeza la Hacienda pública, inspirándose en los modelos franceses. Para llevar a cabo tal prropósito no le faltaban cualidades al de Oropesa, como las que descubría en él G. Maura:
"Posee un ventajoso talento, un bien templado juicio, una noticia universal de cosas prácticas adquirida en los libros; aplicación a los negocios, facilidad en comprenderlos, claridad en explicarlos, suavidad en su trato y moderación en sus costumbres"
Además, contaba con la colaboración de dos expertos tecnócratas: Manuel Francisco de Lira, a quien se nombró para ocupar la Secretaría de Despacho, y el marqués de Los Vélez, autor de un amplio memorándum que había de servir como documento de trabajo en la elaboración de una reforma fiscal.
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