En realidad, el segundo matrimonio de Carlos II fue un fracaso absoluto. Durante todo el tiempo que duró, no hubo entre aquellos dos seres tan distintos, unidos por el matrimonio, más que una lucha sorda y rencorosa, una profunda antipatía, rayana, en ocasiones, en odio. La reina creó su propia clientela de paniaguados, entre los que distribuyó los altos cargos. Llegó incluo un momento en que entre unos cuantos nobles se repartieron España, como si se tratase de una propiedad privada. En 1693, Carlos II fue forzado a crear una especie de junta ministerial, entre cuyos miembros se dividieron los despojos de España. El condestable se hizo el amo de Castilla-León, de la que se le nombró teniente general y gobernador; el almirante, que lo era el conde de Melgar, se quedó con Andalucía y Canarias; Aragón y Cataluña pasaron a ser feudo del conde de Monterrey; Castilla la Mancha lo fue del duque de Montalvo. Poco después, un nuevo reparto dio a Montalvo Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia; el condestable se hizo el amo de Galicia, Asturias y las dos Castillas; el almirante, de Andalucía y Canarias. Luego, todo se repartió entre Montalvo y Melgar. A la altura de 1696, España estaba prácticamente sin gobierno, pues de los beneficiarios de los anteriores repartos sólo quedaba el conde de Melgar, y éste no se atrevía a hacer nada sin el consentimiento de la reina. Ésta, por su parte, tenía otras muchas cosas en que penar, que nada tenían que ver con el buen gobierno del país. Para aquellas fechas, nadie dudaba de que el rey moriría de un momento a otro sin dejar sucesión. La desesperación de los españoles, unida al ambiente de falsa religiosidad y superstición que reinaba en el país, dieron lugar a uno de los más tristes episodios de la vida de nuestro último Austria.
En aquellos tiempos, cuando se desconocían las causas verdaderas de la infecundidad del matrimonio, solía achacarse este fenómeno a la intervención del diablo. Por su influjo, la persona hechizada podía mostrar signos de locura o infecundidad. Los exorcismos se habían convertido en algunos países en un recurso habitual para arrojar al demonio de las personas hechizadas y curarlas así de sus trastornos. En Alemania, Maximiliano I de Baviera había hecho exorcizar a su mujer porque no le daba hijos. Uno de los más crédulos en esta materia era el emperador Leopoldo I, el cual, convencido de que el rey de España no engendraba hijos por culpa del diablo, tuvo la idea de sugerir la conveniencia de que fuese exorcizado.
La Inquisición española, tan escrupulosa en la persecución de herejes, no mostraba un interés parecido en perseguir a supuestas brujas ni en emplear exorcismos a troche y moche siempre que había sospechas de hechicería. Al plantearse el asunto del hechizamiento del rey, el Consejo de la Inquisición, después de debatir el tema, decidió no intervenir en tan espinoso asunto. Pero ocurría que el primer convencido de que el demonio andaba de por medio era el mismo Carlos II. Así pues, a petición suya, se encargó de intervenir en el asunto el dominico fray Juan Tomás de Rocaberti que, en inteligencia con la reina, se valió de un incondicional suyo, el dominico fray Froilán Díaz, para librar a Carlos del hechizo. Apenas comenzó a trabajar fray Froilán, el diablo comenzó a dar pruebas de su intervención en la infecundidad del rey. En Cangas, unas monjas endemoniadas fueron conjuradas para que el demonio respondiese por la boca si el hechizado era Carlos o lo era su esposa. El extraño oráculo dijo que era Carlos, que había sido hechizado a los catorce años mediante una pócima que había destruído en él la materia de la generación. Como remedio, se propuso que Carlos tomase en ayunas medio cuartillo de aceite bendito. Las consultas al diablo no pararon aquí. El diablo concretó que Carlos había sido hechizado el 3 de abril de 1675, fecha en que una mujer que deseaba gobernar a su antojo le había dado el hechizo en una taza de chocolate. El "diablo" sabía contra quién apuntaba: contra la reina madre doña Mariana de Austria. Para aquellas fechas (1698) doña Mariana había fallecido (1696), por lo que aquella declaración no comprometía demasiado a su majestad infernal. También esta vez el remedio era a base de aceite bendito, al que debería añadirse una purga. También aconsejaba el diablo que Carlos se apartara de su mujer. El remedio para la reina fue una cura espiritual que le administraron los frailes.
En aquellos tiempos, cuando se desconocían las causas verdaderas de la infecundidad del matrimonio, solía achacarse este fenómeno a la intervención del diablo. Por su influjo, la persona hechizada podía mostrar signos de locura o infecundidad. Los exorcismos se habían convertido en algunos países en un recurso habitual para arrojar al demonio de las personas hechizadas y curarlas así de sus trastornos. En Alemania, Maximiliano I de Baviera había hecho exorcizar a su mujer porque no le daba hijos. Uno de los más crédulos en esta materia era el emperador Leopoldo I, el cual, convencido de que el rey de España no engendraba hijos por culpa del diablo, tuvo la idea de sugerir la conveniencia de que fuese exorcizado.
La Inquisición española, tan escrupulosa en la persecución de herejes, no mostraba un interés parecido en perseguir a supuestas brujas ni en emplear exorcismos a troche y moche siempre que había sospechas de hechicería. Al plantearse el asunto del hechizamiento del rey, el Consejo de la Inquisición, después de debatir el tema, decidió no intervenir en tan espinoso asunto. Pero ocurría que el primer convencido de que el demonio andaba de por medio era el mismo Carlos II. Así pues, a petición suya, se encargó de intervenir en el asunto el dominico fray Juan Tomás de Rocaberti que, en inteligencia con la reina, se valió de un incondicional suyo, el dominico fray Froilán Díaz, para librar a Carlos del hechizo. Apenas comenzó a trabajar fray Froilán, el diablo comenzó a dar pruebas de su intervención en la infecundidad del rey. En Cangas, unas monjas endemoniadas fueron conjuradas para que el demonio respondiese por la boca si el hechizado era Carlos o lo era su esposa. El extraño oráculo dijo que era Carlos, que había sido hechizado a los catorce años mediante una pócima que había destruído en él la materia de la generación. Como remedio, se propuso que Carlos tomase en ayunas medio cuartillo de aceite bendito. Las consultas al diablo no pararon aquí. El diablo concretó que Carlos había sido hechizado el 3 de abril de 1675, fecha en que una mujer que deseaba gobernar a su antojo le había dado el hechizo en una taza de chocolate. El "diablo" sabía contra quién apuntaba: contra la reina madre doña Mariana de Austria. Para aquellas fechas (1698) doña Mariana había fallecido (1696), por lo que aquella declaración no comprometía demasiado a su majestad infernal. También esta vez el remedio era a base de aceite bendito, al que debería añadirse una purga. También aconsejaba el diablo que Carlos se apartara de su mujer. El remedio para la reina fue una cura espiritual que le administraron los frailes.
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