Entretanto, Felipe había movilizado sus tropas. Unos 30.000 hombres esperaban concentrados en la frontera con Portugal la orden de invadir el país. Al frente de ellos había sido nombrado general del duque de Alba. La flota de don Álvaro de Bazán, fondeada en los puertos de Andalucía, también estaba a punto de zarpar. El prior de Crato se había hecho aclamar rey en Santarem, y había sido consagrado como tal a principios del verano de 1580. Luego había entrado en Lisboa, instalándose en el palacio real.
Felipe no esperó más. Sus tropas penetraron en Portugal. Las fortalezas fronterizas no ofrecieron la menor resistencia, pues nadie se había preocupado de gastar dinero en ponerlas a punto; habían preferido gastarlo en rescatar a los nobles prisioneros de los moros. En Setúbal, los españoles encontraron tropas inglesas y francesas, venidas en ayuda de don Antonio. El duque de Alba las derrotó en Lisboa, apresada entre el ejército español y la escuadra de on Álvaro de Bazán, capituló sin resistencia. El prior de Crato, sin embargo, logró escapar hacia el norte, y por más que la caballería de Sancho Dávila lo persiguió tenazmente, no logró alcanzarlo. Durante seis meses anduvo fugitivo y errante. Felipe II había ofrecido 80.000 ducados por su cabeza. Finalmente pudo escaparse a Francia.
Felipe, que había esperado en Badajoz el desenlace de la operación, penetró en Portugal y fue jurado rey en Lisboa en septiembre de aquel mismo año. En abril del año siguiente, las cCortes portuguesas, convocadas en el monasterio de Tomar, reconocieron y juraron rey a Felipe II, y éste, a su vez, aceptó las condiciones que presentaron las Cortes para la anexión: Portugal sería gobernado por un virrey que debería ser siempre un portugués o un miembro de la familia real; todos los nombramientos administrativos, militares, navales y eclesiásticos quedaban reservados, exclusivamente, a los portugueses; el país sería defendido únicamente por fuerzas portuguesas; se crearía un organismo consultivo, el Consejo de Portugal, para que aconsejase al rey en todos los asuntos relacionados con el mismo; tan sólo los portugueses podrían formar parte de él; el comercio con las colonias lo monopolizarían, tanto en el aspecto administrativo como en el mercantil, los portugueses; las aduanas entre Portugal y Castilla se suprimirían por completo.
Como virrey, Felipe nombró a su sobrino el archiduque Alberto de Austria. En realidad, Portugal se integraba al Imperio de Felipe, pero conservando su propia constitución, que no sería violada hasta los tiempos de Felipe IV.
Todavía tuvo que hacer frente Felipe II a una nueva intentona del prior de Crato, que trató de apoderarse de las Azores -pieza imprescindible en el camino de las Indias- con la ayuda de los enemigos de España. Don Antonio pretendía establecer allí una base para la reconquista de Portugal. Pero la escuadra de Felipe se adelantó y batió rotundamente al enemigo en la batalla de Terceira (1582).
Portugal obtuvo algunas ventajas con su anexión. Su asociación con España le proporcionó el dinero que sus comerciantes necesitaban con más facilidad que antes. El monopolio de la explotación de las Indias orientales y occidentales, reunido ahora en una sola mano, permitió imponer condiciones y precios más duros a los clientes del resto de Europa. Los holandeses, que se surtían de especias en Portugal, ahora tuvieron que ira buscarlas directamente a los países en que se producían. De aquí arranca la presencia holandesa en el Extremo Oriente, que en breve haría tambalearse el sólido monopolio que de momento controlaba Felipe II. Pronto extendieron también su acción a América. Felipe, absorbido por otras preocupaciones, dejó a un lado los problemas portugueses, y los intereses de éstos se fueron perjudicando cada vez más.
Felipe no esperó más. Sus tropas penetraron en Portugal. Las fortalezas fronterizas no ofrecieron la menor resistencia, pues nadie se había preocupado de gastar dinero en ponerlas a punto; habían preferido gastarlo en rescatar a los nobles prisioneros de los moros. En Setúbal, los españoles encontraron tropas inglesas y francesas, venidas en ayuda de don Antonio. El duque de Alba las derrotó en Lisboa, apresada entre el ejército español y la escuadra de on Álvaro de Bazán, capituló sin resistencia. El prior de Crato, sin embargo, logró escapar hacia el norte, y por más que la caballería de Sancho Dávila lo persiguió tenazmente, no logró alcanzarlo. Durante seis meses anduvo fugitivo y errante. Felipe II había ofrecido 80.000 ducados por su cabeza. Finalmente pudo escaparse a Francia.
Felipe, que había esperado en Badajoz el desenlace de la operación, penetró en Portugal y fue jurado rey en Lisboa en septiembre de aquel mismo año. En abril del año siguiente, las cCortes portuguesas, convocadas en el monasterio de Tomar, reconocieron y juraron rey a Felipe II, y éste, a su vez, aceptó las condiciones que presentaron las Cortes para la anexión: Portugal sería gobernado por un virrey que debería ser siempre un portugués o un miembro de la familia real; todos los nombramientos administrativos, militares, navales y eclesiásticos quedaban reservados, exclusivamente, a los portugueses; el país sería defendido únicamente por fuerzas portuguesas; se crearía un organismo consultivo, el Consejo de Portugal, para que aconsejase al rey en todos los asuntos relacionados con el mismo; tan sólo los portugueses podrían formar parte de él; el comercio con las colonias lo monopolizarían, tanto en el aspecto administrativo como en el mercantil, los portugueses; las aduanas entre Portugal y Castilla se suprimirían por completo.
Como virrey, Felipe nombró a su sobrino el archiduque Alberto de Austria. En realidad, Portugal se integraba al Imperio de Felipe, pero conservando su propia constitución, que no sería violada hasta los tiempos de Felipe IV.
Todavía tuvo que hacer frente Felipe II a una nueva intentona del prior de Crato, que trató de apoderarse de las Azores -pieza imprescindible en el camino de las Indias- con la ayuda de los enemigos de España. Don Antonio pretendía establecer allí una base para la reconquista de Portugal. Pero la escuadra de Felipe se adelantó y batió rotundamente al enemigo en la batalla de Terceira (1582).
Portugal obtuvo algunas ventajas con su anexión. Su asociación con España le proporcionó el dinero que sus comerciantes necesitaban con más facilidad que antes. El monopolio de la explotación de las Indias orientales y occidentales, reunido ahora en una sola mano, permitió imponer condiciones y precios más duros a los clientes del resto de Europa. Los holandeses, que se surtían de especias en Portugal, ahora tuvieron que ira buscarlas directamente a los países en que se producían. De aquí arranca la presencia holandesa en el Extremo Oriente, que en breve haría tambalearse el sólido monopolio que de momento controlaba Felipe II. Pronto extendieron también su acción a América. Felipe, absorbido por otras preocupaciones, dejó a un lado los problemas portugueses, y los intereses de éstos se fueron perjudicando cada vez más.
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