Para España, la anexión de Portugal significó un repentino engrandecimiento que, lógicamente, provocó la reacción de sus rivales ingleses y holandeses, como veremos. En adelante, los territorios incorporados a su Corona formarían un inmenso cinturón alrededor del globo, de modo que bien se pudo decir que en sus dominios nunca se ponía el sol. Al mismo tiempo, Portugal ofreció una amplia base geográfica para operar contra los adversarios atlánticos y puso en manos de Felipe una numerosa flota. El Imperio español quedaba inequívocamente orientado hacia el océano. Durante unos años, la capital de este mundo permaneció en Lisboa; la importancia de la ciudad no había pasado inadvertida para el avispado Granvela, principal colaborador de Felipe II en la campaña de Portugal. He aquí sus propias palabras:
"Mientras Francia es arrasada por la guerra civil y el Turco queda seriamente debilitado por los ataques de Persia, el Gobierno actuará ventajosamente trasladándose a Portugal, pues desde allí puede acercaerse a los recursos del Mediterráneo y del Atlántico para poner en marcha el ataque a Inglaterra y proseguir la pacificación de los Países Bajos".
Nadie podía describir mejor que él la situación política del gobierno de Felipe en aquellos días de 1586.
La jornada de Portugal tuvo todavía un novelesco y desgraciado epílogo. La historia se originó en Madrigal de las Altas Torres, donde vivía un tal Gabriel de Espinosa, que se dedicaba al oficio de pastelero. En aquella misma villa había un convento de agustinas, donde vivía como profesa una hija natural de don Juan de Austria, doña Ana de Austria, sobrina, por tanto de Felipe II. También en Madrigal vivía un agustino portugués, que había sido desterrado a Castilla por haber seguido el partido del prior de Crato. Fray Miguel dos Santos, como se llamaba el agustino, observó que entre Gabriel de Espinosa y el desaparecido rey don Sebastián existía un sorprendente parecido físico. Entonces el agustino tuvo la idea de convencer al pastelero de Madrigal para que se hiciese pasar por el rey don Sebastián, con el fin de llevarlo a Portugal y levantar al pueblo contra el dominio del monarca español. Para redondear su plan, hizo creer a Ana de Austria que su primo estaba vivo y que había venido de incógnito a Madrigal para casarse con ella. La Monja, que no debía llevar de muy buena ana su forzado encierro, lo creyó a pies juntillas, entregó a Gabriel sus joyas para que fuera a convertirlas en dinero en Valladolid y esperó su regreso.
Pero Gabriel, una vez en Valladolid, tuvo la feliz idea de enseñar las joyas que llevaba a una prostituta con la que pasó la noche. Ésta lo denunció. Gabriel fue apresado y ejecutado, y la conjura se deshizo. A fray Miguel también lo ejecutaron, después de degradarlo. A la ingenua monja la dejaron viva, pero bien penitenciada.
"Mientras Francia es arrasada por la guerra civil y el Turco queda seriamente debilitado por los ataques de Persia, el Gobierno actuará ventajosamente trasladándose a Portugal, pues desde allí puede acercaerse a los recursos del Mediterráneo y del Atlántico para poner en marcha el ataque a Inglaterra y proseguir la pacificación de los Países Bajos".
Nadie podía describir mejor que él la situación política del gobierno de Felipe en aquellos días de 1586.
La jornada de Portugal tuvo todavía un novelesco y desgraciado epílogo. La historia se originó en Madrigal de las Altas Torres, donde vivía un tal Gabriel de Espinosa, que se dedicaba al oficio de pastelero. En aquella misma villa había un convento de agustinas, donde vivía como profesa una hija natural de don Juan de Austria, doña Ana de Austria, sobrina, por tanto de Felipe II. También en Madrigal vivía un agustino portugués, que había sido desterrado a Castilla por haber seguido el partido del prior de Crato. Fray Miguel dos Santos, como se llamaba el agustino, observó que entre Gabriel de Espinosa y el desaparecido rey don Sebastián existía un sorprendente parecido físico. Entonces el agustino tuvo la idea de convencer al pastelero de Madrigal para que se hiciese pasar por el rey don Sebastián, con el fin de llevarlo a Portugal y levantar al pueblo contra el dominio del monarca español. Para redondear su plan, hizo creer a Ana de Austria que su primo estaba vivo y que había venido de incógnito a Madrigal para casarse con ella. La Monja, que no debía llevar de muy buena ana su forzado encierro, lo creyó a pies juntillas, entregó a Gabriel sus joyas para que fuera a convertirlas en dinero en Valladolid y esperó su regreso.
Pero Gabriel, una vez en Valladolid, tuvo la feliz idea de enseñar las joyas que llevaba a una prostituta con la que pasó la noche. Ésta lo denunció. Gabriel fue apresado y ejecutado, y la conjura se deshizo. A fray Miguel también lo ejecutaron, después de degradarlo. A la ingenua monja la dejaron viva, pero bien penitenciada.
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