
El aspecto que más flaqueaba de las ciudades era, sin duda, su organización administrativa. Los cargos municipales habían llegado a ser durante el Bajo Imperio sumamente onerosos para quienes los desempeñaban debido a las responsabilidades económicas que pesaban sobre ellos, ya que tenían que atender con sus propios bienes una serie de gastos públicos y cubrir los impuestos asignados a la ciudad y que no llegaran a cobrarse, bien porque las tierras habían dejado de cultivarse, o porque sus dueños habían huído. La verdad es que ya nadie quería ostentar cargos públicos. La aristocracia terrateniente había abandonado las ciudades y buscado refugio en sus latifundios, acogiéndose a los privilegios de la casta senatorial. Los emperadores tuvieron que emanar edictos vinculando a los que desempeñaban cargos municipales y a sus familias, de forma que no los podían abandonar. Ante el éxodo de habitantes de la ciudad al campo, los emperadores extendieron esa vinculación a todos los oficios. Militares, artesanos, administrativos y funcionarios no podían cambiar de profesión, y los hijos debían suceder a los padres en el desempeño de la misma. Esto comprimía terriblemente la libertad individual y estratificaba aún más la sociedad, impidiendo el desarrollo espontáneo; pero fue el medio que entonces se arbitró para que la vida urbana no se desmoronara. Dado su carácter artificial, no es de extrañar que hubiera de ser reforzado con medidas del poder público. En ello estuvieron de acuerdo tanto los emperadores - mientras los hubo - como los reyes visigodos que les sucedieron.
Los curiales, o consejeros de la ciudad, en consecuencia, tenían prohibido abandonar sus cargos, ni siquiera con el pretexto de ingresar como funcionarios del Estado o de la administración romana, ni para percibir órdenes sagradas. En el caso de haberlas recibido, lo cual les incapacitaba para desempeñar su antiguo cargo, debían buscar un sustituto entre sus familiares. Tampoco se les permitía vender sus propiedades con el fin de eludir el cumplimiento de las obligaciones económicas que pesaban sobre ellos. El cargo más imporante de la curia municipal era el de defensor, que, bajo la denominación romana, había sido elegido por el consejo de la ciudad y después por sus conciudadanos. Su misión inicial era la de proteger a la ciudad frente a posibles abusos de las autoridades superiores. Luego, los gobernadores de las provincias les confiaron la administración de la justicia en sus respectivas ciudades ( y siempre en casos de menor importancia). Debajo de los defensores había otros oficios similares, como los curatores, cuestores y ediles. Había un escalafón bastante riguroso, que exigía pasar por estos cargos progresivamente. Mas la quiebra de la vida urbana hizo que a veces las funciones específica de cada cargo se confundieran, o que algunos, como los curatores, usurparan las que correspondían a otros inferiores, con lo que algunos de éstos, como los ediles y cuestores, dejaron a veces de elegirse.
La misma rigidez imperaba en las actividades de la ciudad. Todos los trabajadores estaban incluidos en algún gremio o collegium. No solamente les estaba prohibido cambiar de gremio, sino que ni siquiera podían abandonar la ciudad y, en caso de hacerlo, estaban obligados bajo pena a regresar a ella. Los hijos seguían la condición de los padres, a no ser que estuvieran casados con una esclava o con la hija de un colono, en cuyo caso seguían la peor condición de la madre de sus vástagos. Al igual que a todos los adscritos a cualquier oficio, se les prohibía entrar a formar parte del clero. De esta forma, la sociedad hispanorromana continuaba siempre idéntica a sí misma, gobernándose con los mismos cuadros que en la época romana.
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2 comentarios:
Es un placer retomar la historia de tu mano.
Es un placer relatarla para gente tan amable y agradecida como tú. Un abrazo and wellcome back!
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