
De lo dicho se infiere que la vida en la ciudad no debía ser muy agradable para el ciudadano de a pie. Los reyes procuraron, en parte, remediarlo, exigiendo a los funcionarios el exacto cumplimiento de su deber y castigando severamente los abusos. Sólo resultaba fácil para el hombre libre que poseía abundantes riquezas sobrellevar esta presión. Entre éstos hay que citar a los grandes terratenientes, ya habitasen en la ciudad o en el campo. Aunque como clase senatorial habían perdido los privilegios correspondientes, ellos seguían llamándose pomposamente "senadores". Con su riqueza compraban a los cobradores de impuestos y extorsionaban a la justicia. Adquirían a bajo precio las propiedades de los débiles que habían sido confiscadas, o les obligaban a que las vendieran por la fuerza, cuando no se las entregaban ellos mismos para huir de la rapiña de otros señores y colocarse bajo la protección de uno de éstos, del qeu recibían luego en renta las tierras que acababan de regalar. Pasaban así a engrosar la muy nutrida clase de los colonos, que, como en los restantes oficios, no podían abandonar el predio que cultivaban.
Terratenientes, altos funcionarios, funcionarios adscritos a la administración de la ciudad o del Estado, mercaderes, menestrales y colonos que no podían cambiar de oficio, siervos, minorías judías económicamente prósperas.... He ahí la población que los godos vieron desfilar ante sus ojos cuando entraron en Hispania. No obstante, esta población llevaba con orgullo sobre sus espaldas el peso de una civilización que, a pesar de su decadencia, superaba a la de los invasores. Éstos vencían su complejo mediante una mejor organización militar, que les daba supremacía y poder político y les convertía en la casta dominante. Se formaron así dos orgullos diferentes, basados en las propias virtudes de cada grupo, que permitió durante algún tiempo a ambas poblaciones convivir yuxtapuestas, sin mezclarse la una con la otra. Cada una de ellas poseía su religión, sus costumbres, su forma de vestir, sus propias instituciones oficiales y administrativas. Eran dos pueblos sobre un mismo territorio. Pero por muy vivas que se mantuvieran esas diferencias, no podían durar mucho tiempo. El contacto mutuo, los intereses cotidianos de cada uno y, sobre todo, el afán unificador del Estado, serían otros tantos factores de asimilación que acabarían por fundirlas en una sola comunidad.
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