Al penetrar en los desfiladeros alpinos desertaron 3000 carpetanos. Aníbal, para no desmoralizar al ejército, fingió que los había despedido él mismo. Además licenció a otros 7000 cuyo entusiasmo había decaído ante una operación de semejante envergadura.
En Hispania, Aníbal había dejado a su hermano Asdrúbal, con la flota y con un ejército formado en su mayor parte por mercenarios africanos. En África quedaba otra fuerte guarnición integrada curiosamente por mercenarios íberos. Así, según nos dice Tito Livio, "los africanos debían servir en Hispania y los hispanos en África, con tanto mayor celo cuanto que, hallándose lejos de su país, unos y otros serían, en cierto modo, rehenes respectivos". Para mantener en paz las tierras conquistadas al norte del Ebro, Aníbal dejó a Annón al frente de otro nutrido cuerpo del ejército. En Sagunto, convertida en ciudad-prisión, quedaban los hijos de los caudillos ibéricos, como rehenes destinados a asegurar la fidelidad de los suyos. Aníbal, con unos 50.000 hombres y 9.000 jinetes, prosiguió su marcha por las Galias. Con diplomacia adobada de ricos presentes, se ganó las voluntades de los jefes galos, que le dejaron el paso libre por sus territorios, hasta llegar al Ródano, donde encontró el primer obstáculo serio. Un ejército de galos, posiblemente instigados por Massalia, esperaba a Aníbal apostado en la ribera opuesta del caudaloso río.
Por entonces ya había llegado a Roma la alarmante noticia del paso del Ebro. El Senado dio orden al cónsul Tiberio Sempronio de regresar a Italia. Pubio Cornelio Escipión se dirigió a la Massalia con 60 naves, pensando en cortarle el paso al general cartaginés cuando pasara el Pirineo, pero de repente se enteró de que Aníbal ya estaba cruzando el Ródano.
En efecto, durante la noche, Aníbal había enviado río arriba una división de caballería que atravesó la corriente y descendió por la orilla opuesta hasta situarse detr´s de los galos, que quedaban así entre el río y ellos. Cuando los enviados avisaron a Aníbal, mediante señales de fuego convenidas de antemano, que todo estaba dispuesto, el grueso del ejército cartaginés recibió la orden de cruar el río, ante la euforia de los galos, que esperaban ir matando soldados sin darles siquiera tiempo a salir del agua. En este preciso momento, la caballería cartaginesa los atacó por la retaguardia e incendió su campamento. Los galos huyeron en desbandada y Aníbal cruzó el río sin más contratiempos.
Cuando Publio Cornelio Escipión llegó al lugar donde esperaba encontrar a Aníbal, sólo halló las trinchers vacías y las cenizas de las hogueras del campamento. El cartaginés, con varios días de ventaja sobre los romanos, avanzaba derecho hacia los Alpes. Y fue entonces cuando Escipión comprendió los planes del cartaginés. En consecuencia, entregó a su herano Cneo el mando de una gran parte del ejército y lo envió a Hispania, cuya importancia como base de abastecimiento del ejército cartaginés saltaba a la vista. Él volvió a Italia con el resto de sus tropas, para salirle al paso a Aníbal tan pronto como éste apareciera por los puentes alpinos.
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En Hispania, Aníbal había dejado a su hermano Asdrúbal, con la flota y con un ejército formado en su mayor parte por mercenarios africanos. En África quedaba otra fuerte guarnición integrada curiosamente por mercenarios íberos. Así, según nos dice Tito Livio, "los africanos debían servir en Hispania y los hispanos en África, con tanto mayor celo cuanto que, hallándose lejos de su país, unos y otros serían, en cierto modo, rehenes respectivos". Para mantener en paz las tierras conquistadas al norte del Ebro, Aníbal dejó a Annón al frente de otro nutrido cuerpo del ejército. En Sagunto, convertida en ciudad-prisión, quedaban los hijos de los caudillos ibéricos, como rehenes destinados a asegurar la fidelidad de los suyos. Aníbal, con unos 50.000 hombres y 9.000 jinetes, prosiguió su marcha por las Galias. Con diplomacia adobada de ricos presentes, se ganó las voluntades de los jefes galos, que le dejaron el paso libre por sus territorios, hasta llegar al Ródano, donde encontró el primer obstáculo serio. Un ejército de galos, posiblemente instigados por Massalia, esperaba a Aníbal apostado en la ribera opuesta del caudaloso río.
Por entonces ya había llegado a Roma la alarmante noticia del paso del Ebro. El Senado dio orden al cónsul Tiberio Sempronio de regresar a Italia. Pubio Cornelio Escipión se dirigió a la Massalia con 60 naves, pensando en cortarle el paso al general cartaginés cuando pasara el Pirineo, pero de repente se enteró de que Aníbal ya estaba cruzando el Ródano.
En efecto, durante la noche, Aníbal había enviado río arriba una división de caballería que atravesó la corriente y descendió por la orilla opuesta hasta situarse detr´s de los galos, que quedaban así entre el río y ellos. Cuando los enviados avisaron a Aníbal, mediante señales de fuego convenidas de antemano, que todo estaba dispuesto, el grueso del ejército cartaginés recibió la orden de cruar el río, ante la euforia de los galos, que esperaban ir matando soldados sin darles siquiera tiempo a salir del agua. En este preciso momento, la caballería cartaginesa los atacó por la retaguardia e incendió su campamento. Los galos huyeron en desbandada y Aníbal cruzó el río sin más contratiempos.
Cuando Publio Cornelio Escipión llegó al lugar donde esperaba encontrar a Aníbal, sólo halló las trinchers vacías y las cenizas de las hogueras del campamento. El cartaginés, con varios días de ventaja sobre los romanos, avanzaba derecho hacia los Alpes. Y fue entonces cuando Escipión comprendió los planes del cartaginés. En consecuencia, entregó a su herano Cneo el mando de una gran parte del ejército y lo envió a Hispania, cuya importancia como base de abastecimiento del ejército cartaginés saltaba a la vista. Él volvió a Italia con el resto de sus tropas, para salirle al paso a Aníbal tan pronto como éste apareciera por los puentes alpinos.
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