Roma comenzó a organizar su ejército y su escuadra de naves. Se hicieron rogativas públicas a los dioses para que les fuesen propicios en el conflicto y les concedieran el triunfo en aquella guerra que emprendían. Una vez más - y no sería la última - se pretendía hacer a la divinidad cómplice de las violencias humanas.
Cada uno de los cónsules tomo el mando de un ejército. Tiberio Sempronio, con 160 quinquerremes, partió para Sicilia y ocupó la isla de Malta, bases desde donde se coordinaría el asalto a la costa africana - muy parecido a las actuales maniobras de la OTAN en su intervención contra Libia-. Publio Cornelio Escipión debería desembarcar en España. Así, la tenaza romanaapresaría a Cartago en ambos flancos. Sin embargo, cuando estaba a punto de zarpar el segundo ejército, llegó la noticia de que los galos del norte de Italia se habían rebelado y Escipión no tuvo más remedio que acudir a apaciguarlos, retrasando así su partida.
Entretanto, nadie había pensado en Aníbal, que acababa de cruzar el Ebro con un ejército de 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 35 elefantes, con un destino concreto: atravesar los Alpes y caer sobre Italia, sorprendiendo a los romanos por la espalda. Su plan era perfectamente lógico: dada la inferioridad naval de Cartago, la guerra sólo podría tener éxito por tierra.
Aníbal contaba con el factor sorpresa y, además, tenía la seguridad de que los galos le ayudarían contra los romanos sin pensárselo dos veces. Es más, se creía que la liga itálica, capitaneada por Roma, se disolvería en cuanto él pusiera los pies en tierras de Italia. Más todavía: estaba convencido de que sería posible formar una gran coalición mediterránea contra Roma, en la que entrarían gustosamente algunos poderosos monarcas griegos.
Así pues, pasando el Ebro, Aníbal se abrió paso hacia los Pirineos tratando de evitar el litoral, donde las colonias griegas podían movilizar contra él las tribus vecinas y dar acogida en sus puertos a la flota romana. Por eso, sometiendo en su camino a ilergetes, bergistanos, ausetanos, andosinos y airenosos, que opusieron resistencia, atravesó el Pirineo y entró en la Galia por el actual paso del Perthús.
Para saber más puedes leer HISTORIA ANTIGUA DE LAS ESPAÑAS siguiendo este ENLACE (zona euro) o bien este otro ENLACE para el resto del Mundo.
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Entretanto, nadie había pensado en Aníbal, que acababa de cruzar el Ebro con un ejército de 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 35 elefantes, con un destino concreto: atravesar los Alpes y caer sobre Italia, sorprendiendo a los romanos por la espalda. Su plan era perfectamente lógico: dada la inferioridad naval de Cartago, la guerra sólo podría tener éxito por tierra.
Aníbal contaba con el factor sorpresa y, además, tenía la seguridad de que los galos le ayudarían contra los romanos sin pensárselo dos veces. Es más, se creía que la liga itálica, capitaneada por Roma, se disolvería en cuanto él pusiera los pies en tierras de Italia. Más todavía: estaba convencido de que sería posible formar una gran coalición mediterránea contra Roma, en la que entrarían gustosamente algunos poderosos monarcas griegos.
Así pues, pasando el Ebro, Aníbal se abrió paso hacia los Pirineos tratando de evitar el litoral, donde las colonias griegas podían movilizar contra él las tribus vecinas y dar acogida en sus puertos a la flota romana. Por eso, sometiendo en su camino a ilergetes, bergistanos, ausetanos, andosinos y airenosos, que opusieron resistencia, atravesó el Pirineo y entró en la Galia por el actual paso del Perthús.
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