24 feb 2014

LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA

En Roma, la caída de Sagunto produjo en la opinión pública el efecto que era de prever. Aquel invierno de 219-218 fue trascendental para el futuro de Roma, pues en él se decidió su expansión hacia occidente.
En el senado se enfrentaron dos tendencias contrapuestas. El partido aislacionista contaba con el apoyo de las ciudades marítimas aliadas del sur de Italia, cuyos negocios con Cartago peligrarían si la guerra era declarada. Igualmente, la plebe optaba por la paz, ya que en realidad a ella correspondía realizar el auténtico esfuerzo humano que requería la contienda - sin participar después de los beneficios de la victoria. Los grandes propietarios patricios, por el contrario, seguían al partido intervencionsita y militarista, es decir, preferían la conquista de nuevas propiedades y la debilitación del sector plebeyo. Y esta línea fue la que se impuso. Sin embargo, Roma no quería tomar la iniciativa en la declaración de guerra. es por esto que se envió una embajada a Cartago, dirigida por Quinto Fabio Máximo, para exigir al senado cartaginés la entrega de Aníbal y su estado mayor. Evidentemente, el Senado cartaginés, que había aconsejado a Aníbal actuar según le pareciera oportuno en el caso de Sagunto, no podía ahora desautorizar a su general "estrella" y menos aún entregarlo inerme al enemigo. Por eso, cuando Quinto Flabio Máximo presentó su ultimátum, la respuesta fue la más tajante negativa.
Cartago, que había ganado la batalla de la legalidad - pues Roma había actuado de mala fe violando el tratado del Ebro - ganaba ahora la diplomática al obligar a Roma a ser ella quien declarase la guerra. Luego la Roma vencedora sería quien declarase a los Bárquidas únicos culpables de lo sucedido - lo que yo digo siempre: que la historia la borran los vencedores.
Dejaremos a un lado las sutilezas jurídicas con las que distintos historiadores romanos trataron de justificar la guerra que acabaron por declarar y abordaremos cómo una legación romana se personó en la Península Ibérica, para visitar las poblaciones sometidas por los cartagineses y alentar en ellas cualquier posible descontento contra la dominación púnica. Y esto nos lleva de nuevo a Tito Livio, quien nos cuenta la respuesta que un anciano de aquellas tribus le dio a los legados romanos:

"¿Cómo os atrevéis, romanos, a venir con la pretensión de que sacrifiquemos la amistad con los cartagineses en beneficio de la vuestra, cuando los saguntinos, que confiaron en vosotros, han experimentado por vuestra parte una traición mucho más cruel que la venganza de su enemigo? Buscad aliados en los que se ignore la desgracia de Sagunto pues, para los pueblos ibéricos, las ruinas de esa ciudad serán una enseñanza triste sobre la confianza que merece la palabra de Roma".
No le faltaba razón al sabio anciano y tiene mérito que Livio reflejase semejante respuesta que humillaba la supuesta "buena voluntad" de Roma.
Después de recorrer inútilmente la Península, pasaron los legados a las Galias, donde la humillación no fue menor:

"Fueron tales las carcajadas que estallaron, según se dice, y tales los murmullos, que costó mucho trabajo a los magistrados y a los demás ancianos poder calmar a los jóvenes; tan imprudente y necia les parecía la proposición romana".
De nuevo Tito Livio ejerce de historiador y cuenta las cosas objetivamente o, al menos, con relativa objetividad.

(CONTINUARÁ)

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