Para asegurar definitivamente su retaguardia antes de marchar contra Roma, sólo quedaba un punto débil. La economía estaba consolidada: las cecas de Cartago Nova acuñaban continuamente emisiones de monedas de plata, las relaciones con los régulos ibéricos eran excelentes - prueba de ello era que Aníbal, sigiendo el ejemplo de su difunto cuñado, había contraído matrimonio con Himilce, la hija del rey de Castulo. Sin embargo quedaba en pie el problema planteado por Sagunto que, desde el momento en que había pedido ayuda a Roma y ésta se la había concedido, había sido infringido el tratado del Ebro.
La antigua ciudad de Sagunto estaba situada en territorio de los edetanos. Su nombre original era Arse, que luego, por influencia céltica, pudo haber derivado en Zaqanta o Sagunto. Su población era predominantemente indígena, aunque también albergaba una importante colonia griega.
Ocupaba Sagunto un cerro escarpado, accesible únicamente por el lado oeste. Su emplazamiento se prestaba magníficamente a la defensa, al mismo tiempo que constituía un excelente puesto de vigilancia sobre la vía que discurría junto a la costa y los caminos que enlazaban el levante con la meseta de Teruel a través del valle del río Palancia y la sierra del Toro.
Precisamente entre los saguntinos y los habitantes de la región turolense, los turboletas, había pleitos cuya naturaleza nos es desconocida, pero de suficiente envergadura como para provocar frecuentes luchas entre éstos y aquéllos. Los saguntinos, además, envalentonados por su alianza con Roma, caían repetidamente sobre los turboletas, aun a sabiendas de que éstos eran aliados de Cartago. En la última razzia habían logrado arrebatarles un importante botín. Es obvio que todos estos incidentes eran para Aníbal un casus belli manifiesto que justificaba la intervención.
La situación se agravó todavía más en el 220 a. C. cuando los saguntinos enviaron de nuevo embajadores a Roma solicitando ayuda ante un posible ataque cartaginés y culpando a los turboletas de los conflictos existentes. Roma, que ya había liquidado victoriosamente su conflicto con los galos, se sintió con la suficiente capacidad como para enviar legados a Aníbal para advertirle que no intentara atacar Sagunto, ya que la ciudad se había acogido a la protección de Roma. El general cartaginés no sólo rechazó las pretensiones romanas, sino que, a su vez, acusó a Roma de haber violado el tratado del Ebro y de haber intervenido en asuntos internos de Sagunto, favoreciendo el acceso al gobierno de la ciudad del partido anticartaginés. En Cartago, otros legados romanos obtuvieron idéntica respuesta.
En la primavera del 219 a. de C., Aníbal puso sitio a Sagunto, exigiendo a sus habitantes, como primera condición para la paz, que diesen completa satisfacción a los turboletas. Sagunto, confiada en que Roma no tardaría en acudir en su ayuda, resistió valerosamente. Pero los romanos, bien por la habitual lentitud con que el Senado solía tomar sus decisiones, bien por carecer de información suficiente sobre la situación real en la Península y las intenciones de Aníbal, o bien por estar en aquellos momentos ocupada en las guerras Ilíricas (241-218), que pusieron en sus manos las antiguas tierras de lo que un día sería Yugoslavia, optó por sacrificar Sagunto con el fin de justificar una futura declaración de guerra. Dicho de otro modo: ni un sólo romano se movió para cumplir los compromisos adquiridos con los saguntinos años atrás.
Tras ocho meses de asedio, durante los cuales los de Sagunto se defendieron con desesperación, la ciudad fue tomada al asalto y sin compasión por las tropas de Aníbal.
Al acercarse el invierno del 219, Aníbal concedió a sus mercenarios unos meses de permiso para que pudieran ir a descansar al lado de sus familias. Todos dieron su palabra de concentrarse de nuevo en sus cuarteles en los primeros días de la primavera siguiente. Mientras tanto, el general cartaginés aprovechó para recuperarse de las heridas que había sufrido durante el sitio de Sagunto y perfilar sus planes para acometer el definitivo desafío de atacar Roma, su ansiado proyecto.
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La antigua ciudad de Sagunto estaba situada en territorio de los edetanos. Su nombre original era Arse, que luego, por influencia céltica, pudo haber derivado en Zaqanta o Sagunto. Su población era predominantemente indígena, aunque también albergaba una importante colonia griega.
Ocupaba Sagunto un cerro escarpado, accesible únicamente por el lado oeste. Su emplazamiento se prestaba magníficamente a la defensa, al mismo tiempo que constituía un excelente puesto de vigilancia sobre la vía que discurría junto a la costa y los caminos que enlazaban el levante con la meseta de Teruel a través del valle del río Palancia y la sierra del Toro.
Precisamente entre los saguntinos y los habitantes de la región turolense, los turboletas, había pleitos cuya naturaleza nos es desconocida, pero de suficiente envergadura como para provocar frecuentes luchas entre éstos y aquéllos. Los saguntinos, además, envalentonados por su alianza con Roma, caían repetidamente sobre los turboletas, aun a sabiendas de que éstos eran aliados de Cartago. En la última razzia habían logrado arrebatarles un importante botín. Es obvio que todos estos incidentes eran para Aníbal un casus belli manifiesto que justificaba la intervención.
La situación se agravó todavía más en el 220 a. C. cuando los saguntinos enviaron de nuevo embajadores a Roma solicitando ayuda ante un posible ataque cartaginés y culpando a los turboletas de los conflictos existentes. Roma, que ya había liquidado victoriosamente su conflicto con los galos, se sintió con la suficiente capacidad como para enviar legados a Aníbal para advertirle que no intentara atacar Sagunto, ya que la ciudad se había acogido a la protección de Roma. El general cartaginés no sólo rechazó las pretensiones romanas, sino que, a su vez, acusó a Roma de haber violado el tratado del Ebro y de haber intervenido en asuntos internos de Sagunto, favoreciendo el acceso al gobierno de la ciudad del partido anticartaginés. En Cartago, otros legados romanos obtuvieron idéntica respuesta.
En la primavera del 219 a. de C., Aníbal puso sitio a Sagunto, exigiendo a sus habitantes, como primera condición para la paz, que diesen completa satisfacción a los turboletas. Sagunto, confiada en que Roma no tardaría en acudir en su ayuda, resistió valerosamente. Pero los romanos, bien por la habitual lentitud con que el Senado solía tomar sus decisiones, bien por carecer de información suficiente sobre la situación real en la Península y las intenciones de Aníbal, o bien por estar en aquellos momentos ocupada en las guerras Ilíricas (241-218), que pusieron en sus manos las antiguas tierras de lo que un día sería Yugoslavia, optó por sacrificar Sagunto con el fin de justificar una futura declaración de guerra. Dicho de otro modo: ni un sólo romano se movió para cumplir los compromisos adquiridos con los saguntinos años atrás.
Tras ocho meses de asedio, durante los cuales los de Sagunto se defendieron con desesperación, la ciudad fue tomada al asalto y sin compasión por las tropas de Aníbal.
Al acercarse el invierno del 219, Aníbal concedió a sus mercenarios unos meses de permiso para que pudieran ir a descansar al lado de sus familias. Todos dieron su palabra de concentrarse de nuevo en sus cuarteles en los primeros días de la primavera siguiente. Mientras tanto, el general cartaginés aprovechó para recuperarse de las heridas que había sufrido durante el sitio de Sagunto y perfilar sus planes para acometer el definitivo desafío de atacar Roma, su ansiado proyecto.
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2 comentarios:
Maravillosa entrada de un episodio al que le tengo un cariño especial, pues es el catalizador de la que podría ser mi primera novela. Además, soy valenciano y conozco esas tierras.
Aunque Numancia y su asedio tienen la fama, lo que aconteció en Sagunto fue tal vez más importante, pues fue la verdadera semilla que desencadenó la Segunda Guerra Púnica (que, por otra parte, habría sido inevitable, habida cuenta de que Cartago y Roma eran dos gallitos incapaces de vivir en paz).
Magnífico!! Sigo tu blog por recomendación de Blanca Miosi.
Hola Javier.
Muchas gracias por tu cariñoso comentario y bienvenido a mi pequeño rincón. Intentaremos repasar nuestra historia al completo antes de profundizar en los muchos detalles que la matizan y dan forma.
Siéntete como en tu casa.
Un abrazo.
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