Por su abundancia, el oro y la plata eran conocidos desde hacía milenios y se empleaban fundamentalmente en orfebrería y ornamentación. Las técnicas de minería y metalurgia del cobre comenzaron a conocerse en Oriente en torno al Cuarto Milenio a. de C. En España se asimilarían estos conocimientos casi al mismo tiempo que la ganadería y la agricultura.
Como sabemos, el cobre se encuentra a menudo en estado natural, distinguiéndose por el color rojo de sus propios minerales. Pero lo más frecuente es encontrarlo combinado con el oxígeno (cuprita) o el carbono, con el que forma la malaquita, de hermoso color verde, y la azurita, de un espléndido color azul. ¿Cómo se las ingeniaron nuestros ancestros para obtener cobre puro?
Una vez localizado el mineral, se extraía cavando a cielo abierto o practicando agujeros o galerías en el terreno para desgajarlo del filón por medio de pesados martillos de piedra dura (generalmente diorita o pizarra) debidamente enmangados. Otras veces abrían grietas en el filón a golpe de hacha y en ellas introducían cuñas de madera o de asta de ciervo previamente resecadas al fuego que, una vez colocadas, eran mojadas y, al hincharse con la humedad, hacían saltar los bloques de mineral. A continuación se picaba a mazazos el bloque y se extraía del lugar en espuertas de cuero o de esparto. Ya en la superficie, el mineral triturado se colocaba en crisoles mezclado con carbón vegetal y se sometía a la acción del fuego. El carbón se combinaba con el oxígeno del mineral, volatilizándose en forma de anhídrido carbónico, dejando libre el metal puro.
En ocasiones hemos encontrado crisoles de fundición cubiertos por placas de material refractario, apto para soportar altas temperaturas. Con estos "hornos de reverbero" se lograban temperaturas de hasta 1000º C, con lo que el rendimiento del mineral mejoraba notablemente. Purificado el metal, se trabajaba directamente a martillo o era vertido en moldes que le daban la forma deseada. Estos moldes se elaboraban de piedra arenisca en dos piezas que se complementaban como las valvas de un molusco. Al enfriarse el metal se separaban y la pieza, una vez pulida, quedaba lista para su empleo.
Como sabemos, el cobre se encuentra a menudo en estado natural, distinguiéndose por el color rojo de sus propios minerales. Pero lo más frecuente es encontrarlo combinado con el oxígeno (cuprita) o el carbono, con el que forma la malaquita, de hermoso color verde, y la azurita, de un espléndido color azul. ¿Cómo se las ingeniaron nuestros ancestros para obtener cobre puro?
Una vez localizado el mineral, se extraía cavando a cielo abierto o practicando agujeros o galerías en el terreno para desgajarlo del filón por medio de pesados martillos de piedra dura (generalmente diorita o pizarra) debidamente enmangados. Otras veces abrían grietas en el filón a golpe de hacha y en ellas introducían cuñas de madera o de asta de ciervo previamente resecadas al fuego que, una vez colocadas, eran mojadas y, al hincharse con la humedad, hacían saltar los bloques de mineral. A continuación se picaba a mazazos el bloque y se extraía del lugar en espuertas de cuero o de esparto. Ya en la superficie, el mineral triturado se colocaba en crisoles mezclado con carbón vegetal y se sometía a la acción del fuego. El carbón se combinaba con el oxígeno del mineral, volatilizándose en forma de anhídrido carbónico, dejando libre el metal puro.
En ocasiones hemos encontrado crisoles de fundición cubiertos por placas de material refractario, apto para soportar altas temperaturas. Con estos "hornos de reverbero" se lograban temperaturas de hasta 1000º C, con lo que el rendimiento del mineral mejoraba notablemente. Purificado el metal, se trabajaba directamente a martillo o era vertido en moldes que le daban la forma deseada. Estos moldes se elaboraban de piedra arenisca en dos piezas que se complementaban como las valvas de un molusco. Al enfriarse el metal se separaban y la pieza, una vez pulida, quedaba lista para su empleo.
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