Se designa con el nombre de "moriscos" a los españoles de religión musulmana que, tras la conquista de Granada, aparentemente se convirtieron al cristianismo, pero que siguieron celebrando sus antiguas ceremonias islámicas en secreto.
Enterado Felipe II de estas costumbres, adoptó, para impedirlas, severas disposiciones, prohibiéndoles el uso de la "algarabía".
La palabra "algarabía" significa "lengua" en árabe; pero también tiene acepciones de cualquier cosa dicha o escrita de modo que no se entiende.
El emperador Carlos I había firmado ya en 1530 y promulgado en 1546 un edicto que contenía las mismas disposiciones, produciendo con ello un levantamiento. Felipe II también prohibió el uso de sus nombres y vestimenta típica. La rebelión fue esta vez mucho más importante que en la época de su padre. Los moriscos sublevados abandonaron las poblaciones y se refugiaron en las montañas. Allí se alzaron en armas haciendo vida de forajidos, por lo cual se les designó con el nombre de "monfíes" Más tarde, eligieron como jefe a un caballero llamado don Fernando de Valor, que se decía descendiente de los califas cordobeses y que se proclamó rey de los moros españoles con el nombre de Aben-Humeya.
Aben-Humeya, al frente de los sublevados, a los que se unieron algunos turcos y berberiscos que habían desembarcado en las playas del sur de la Península, se refugió en la región de las Alpujarras, al sur de Sierra Nevada.
Para evitar en algún modo la unión de los moriscos españoles con los africanos, se envió una esccuadra para que reconquistara el Peñón de la Gomera, que, tomado a los moros por Pedro Navarro en 1510, lo habían recuperado en 1522. La expedición fue acaudillada por Martínez de Leiva, el cual se apoderó de la plaza el 25 de septiembre de 1569, así como también de la ciudad de los Vélez, situada en la costa de enfrente y de la que solamente quedan algunos restos.
Para acabar con la sublevación, cada vez más cruenta, se envió a las tropas reales para que pusieran fin a las escaramuzas de las huestes de Aben-Humeya. Uno de sus capitanes más ilustres fue el valeroso y forzado Alonso de Céspedes, natural de Horcajo, Extremadura, quien era famoso por su hercúlea fuerza. Se cuenta que en cierta ocasión, en Aranjuez, y delante de Felipe II, paró con una sola mano la rueda de un molino. En Barcelona, arrancó la pila de una iglesia para ofrecer agua bendita a cierta dama, y en Toledo arrojó al tejado de una casa próxima a un alguacil que intentaba quitarle la espada. Leyendas urbanas que forjaban identidades antes como ahora.
Durante la guerra de los moriscos ganó el formidable castillo de Frijiliana, pero, abandonado de su gente en otra algarada, pereció en medio del ejército enemigo mientras (de nuevo el dicho popular) clamaba: "La muerte es vida cuando se pierde por Dios, por la honra y por la Patria".
Al morir Alonso de Céspedes, Felipe II designó a su hermano don Juan de Austria para que acabara con la sublevación morisca. Entró en campaña y lentamente ocupó toda la Alpujarra, no sin sufrir pequeños reveses y emboscadas. Finalmente, los moriscos, que habían asesinado mientras tanto a Aben-Humeya, se entregaron en masa a la clemencia del hermanastro del rey.
Los partidarios de la sublevación morisca fueron internados y distribuidos por las provincias del centro con el fin de incomunicarlos entre sí y con los sarracenos del norte de África. En cuanto a sus bienes, les fueron confiscados por cédula de Felipe II y la Alpujarra, que había quedado casi totalmente despoblada, se repobló con colonos de otras comarcas, principalmente de Extremadura.
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