En el siglo XVI los piratas berberiscos y turcos infestaban las aguas del Mediterráneo, haciendo difícil la navegación, y los turcos, a pesar de las victorias logradas en el reinado de Carlos V, amenazaban con invadir de nuevo el continente europeo.
Para combatirlos, por iniciativa del Papa Pío V, los cristianos reunieron una fuerte escuadra, de la que formaban parte gran número de naves españolas, cuyo mando fue confiado al hermano bastardo del rey, por la pericia demostrada en la campaña contra los moriscos de Las Alpujarras.
Así, don Juan de Austria fue nombrado almirante de la triple escuadra de Roma, España y Venecia. La escuadra española se componía de 164 buques, con 20.000 toneladas, 800 cañones y 43.000 hombres, de ellos 30.000 remeros. Por instancias del Papa la escuadra cristiana entabló combate con la armada ruca en Lepanto en 1571, estrecho brazo e mar situado en el golfo de Corinto. El choque fue terrible y tanta sangre corrió que se tiñeron de rojo las aguas del mar. Finalmente, muerto el almirante turco, la victoria se decidió de un modo completo a favor de Don Juan de Austria.
Miguel de Cervantes tomó parte como soldado a bordo de la galera "Marquesa", mandada por Andrea Doria, y quedó manco en el combate. Así escribió:
"En Lepanto se dio la batalla naval más memorable que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros".
Sin embargo, el triunfo de la batalla de Lepanto fue debido principalmente a la gran pericia del Marqués de Santa Cruz, el más ilustre de los marinos españoles. Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, nació en Granada el 12 de diciembre de 1529. Su padre era también marino y le dedicó desde muy joven a servir en la Armada, donde muy pronto ya se distinguió persiguiendo berberiscos.
A la batalla de Lepanto asistió con treinta galeras de Nápoles, de las que era general; y gracias a su esfuerzo y pericia pudo decidirse la batalla a favor de España. La victoria de Lepanto produjo un entusiasmo indescriptible en todo el mundo cristiano, si bien no se obtuvo de ella el fruto que se esperaba. El rey Felipe II recibió la noticia mientras oraba en la basílica de El Escorial, continuando impasible sus rezos, pero después ordenó que se celebrase una solemne ceremonia de acción de gracias.
A continuación, otra empresa de interés más directo para España llamó la atención de Felipe II: la anexión de Portugal.
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