Los espléndidos triunfos de Groninga, Genny, Mastricht y otros, dieron testimonio de los grandes talentos militares del duque de Alba, ya demostrados en otras muchas campañas, y probaron la inmensa superioridad de los famosos tercios de Flandes sobre todos los ejércitos de Europa de aquella época.
De la inflexibilidad con que el valeroso caudillo mantenía la disciplina entre sus tropas, puede dar idea el siguiente hecho:
Encontrándose un día a la vista del ejército del príncipe de Orange, le incitaban sus oficiales a que con un rápido movimiento envolviese al príncipe y exterminara sus tropas. Entre los que más le instaban, estaba su hijo don Fadrique. Y el duque, volviéndose hacia éste, le dijo:
-Sé perfectamente lo que tengo que hacer; y a quien me venga con advertencias, puede costarle la vida.
Todos los oficiales, y don Fadrique el primero, guardaron el más absoluto silencio.
El duque de Alba logró reducir mucho, pero no extinguir el fuego de la insurrección. Fue relevado por don Luis de Requesens, que intentó acabar con la rebelión por medios suaves y conciliatorios; pero no obtuvo gran cosa.
Su sucesor, don Juan de Austria, hizo otro tanto en un principio, aunque luego empleó la fuerza y consiguió algunos triunfos, equilibrados por considerables pérdidas. Murió sin haber logrado terminar aquella porfiada lucha.
Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey, era hijo de Carlos I y de Bárbara Blomberg, natural de Ratisbona y dueña de un mesón donde solía hospedarse Carlos V cuando pasaba por dicha ciudad.
En ella nació don Juan (1545); y su temprana muerte, ocurrida en 1578, se atribuyó, como la de tantos hombres ilustres de aquella época, al envenenamiento.
Para sustituir a don Juan de Austria fue nombrado Alejandro Farnesio, duque de Parma, uno de los grandes genios político-militares del siglo XVI. Nació en 1543, del matrimonio de la princesa Margarita, duquesa de Parma, con Octavio Farnesio.
Aprovechándose la consternación que había producido en el campo de los rebeldes el asesinato del príncipe de Orange, atacó rápidamente Alejandro Farnesio sus plazas y fortificaciones y se hizo dueño de Amberes, pero murió en 1592 cuando más falta hacía.
Después vinieron otros gobernadores, y a duras penas consiguieron mantener la dominación española en aquel país, cuya soberanía cedió finalmente Felipe II a su hija Isabel Clara, casada con Alberto, archiduque de Austria, que, por ser alemán, gozaba de ciertas simpatías entre los flamencos.
Pero lo rebeldes, acaudillados por Mauricio de Nassau, hijo del príncipe de Orange, continuaron la guerra hasta conseguir la emancipación de Holanda.
Y España, después de invertir en tan nefasta guerra sus tesoros y derramar copiosamente en ella la sangre de sus hijos, se vio obligada a reconocer la independencia de los Países Bajos.
Actualmente todavía queda la locución vulgar de "poner una pica en Flandes" para indicar lo difícil y arriesgado de una empresa. Pero otros creen que el origen de esa frase radica en la escasez de soldados voluntarios, en particular piqueros, que hubo cuando se reprodujeron las guerras de Flandes en el reinado de Felipe IV, siendo muy difícil ya poner esa pica allí.
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