Menguada idea del poderío español tendría Alfonso VII cuando al morir cometió el grave error político de dejar dividido el Estado entre sus dos hijos: Sancho, que heredó el reino de Castilla, y Fernando, que obtuvo el de León.
De suerte que la unión de estas dos monarquía, tan laboriosamente realizada y tan conveniente para la Reconquista, se rompe ahora de nuevo, y se rompe justamente por aquel monarca que había intentado fundar el "Imperio de Castilla" para concentrar o unir todos los Estados cristianos de la Península.
La funesta idea de la patrimonialidad de los reinos producía estos resultados; pero afortunadamente esta separación de Castilla y León fue poco duradera. Por esta razón los historiadores incluyen en la cronología de los reyes de Castilla a los dos soberanos privativos de León, Fernando y Alonso, a quienes dan respectivamente los ordinales II y IX de aquellos nombres, como si hubieran reinado también en Castilla.
Es curioso saber que el famoso Alfonso VII falleció el 21 de agosto de 1157 y bajo una encina del monte de Fresneda, en la provincia de Ávila. Esto fue debido a que regresaba ya muy enfermo de una expedición contra los almohades, y no pudo llegar a la ciudad de Ávila con vida.
De su espíritu religioso da testimonio el hecho de haber implantado en España la Orden monástica del Císter, fundada por el ilustre San Bernardo, a quien pidió algunos monjes con tal objeto. Algunas de las Órdenes Militares, fundadas poco después, adoptaron la regla cisterciense.
En nuestra historia literaria es memorable el reinado de este animoso Alfonso VII, porque en él se efectúa el cruzamiento del saber oriental con el de Occidente, merced al empeño que el monarca y su canciller, el arzobispo don Raimundo, pusieron en que se hicieran traducciones de las principales obras escritas por nuestros árabes y judíos, fundando al efecto el colegio de traductores de Toledo.
Desde este momento, importantísimo para el porvenir de la literatura europea, hasta los días de Alfonso X el Sabio, fue Toledo el emporio del comercio científico de Oriente. Y allí, que no en las escuelas de Córdoba, es done se cumplió la verdadera revelación de la ciencia oriental al Occidente cristiano.
El reinado de Sancho III "el Deseado" (1157-1158) sólo duró un año. Se le puso este sobrenombre porque, anhelando todo el reino tener un heredero al trono, la reina tardó cinco años en dar señales de maternidad; al cabo de cuyo tiempo nació el infante don Sancho.
Su reinado es memorable porque en él se fundó, en 1158, la Orden Militar y religiosa de Calatrava por Fray Raimundo, abad de Fitero, que defendió aquella plaza contra las acometidas de los árabes. En 1160 se instituyó la Orden de Santiago, para defender a los peregrinos que iban a Santiago de Compostela. Se le atribuye la fundación de esta orden a los monjes de San Eloy, que fundaron en Galicia y tierras de León algunos hospitales para los peregrinos.
Más tarde se creó la orden de Alcántara, fundada por Alfonso IX de León. Al principio se llamó de San Julián del Pereiro, por haber defendido aquella plaza contra los moros, dos guerreros llamados Don Suero y Don Gómez.
Y la Orden de Montesa, propia de Aragón, se estableció posteriormente por Jaime II en sustitución a la de los Templarios, que había sido suprimida.
Además de estas órdenes, se fundaron otras menos conocidas, entre ellas la del Hacha, la de Montfranc o Motegaudio, la de San Miguel, la del Espíritu Santo o del Collar de Oro, la de Trujillo y la de San Jorge de Alfama, sin contar con las de los Templarios, Hospitalarios y otras de procedencia extranjera.
Todas estas Órdenes, de brillantísima historia durante la Reconquista, tenían casi la misma organización y constituían milicias poderosas compuestas de monjes y seglares, que eran mandadas por el "Maestre", hasta que los Reyes Católicos incorporaron a la corona los Maestrazgos.
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