Muza, que era gobernador árabe del África, envió al caudillo Tarif para verificar un reconocimiento de las costas peninsulares más cercanas a África, bajo las órdenes de otro capitán, llamado Tarik.
El nombre de Tarif quedó en Tarifa (la antigua Mellaria, Tartesso o Iulia Traducta); el de Tarik en Gibraltar (Cebal-Tarik, la antigua Calpe), donde respectivamente desembarcaron.
Según el Ajbar-Machmúa, la tierra donde puso el pie Tarif se llamaba Andalos, nombre que los árabes extendieron luego a toda la Bética.
Enterado del desembarco árabe, Don Rodrigo vino con su ejército y encontró a los sarracenos en las orillas del río Guadalete o del Guadi-Becca (río Barbate o lago de la Janda). Aunque hay opiniones diversas sobre el lugar en que se dio esta decisiva batalla, se supone que fue cerca de Arcos de la Frontera y que duró una semana, desde el 19 al 26 de julio del año 711. El ejército visigodo constaba de 100.000 hombres bien pertrechados, mientras que el de Tarik sólo era de unos 25.000, contando con los judíos que se incorporaron a él. Cuenta la leyenda que al comienzo de la batalla huían ya los sarracenos, cuando Tarik, para contener la desbandada, les gritó:
-¿No recordáis que carecéis de barcos, que el mar está a vuestra espalda y al frente el enemigo? ¡No hay más salvación que Alá y nuestro valor!
Según las crónicas árabes, Tarik había hecho quemar sus naves, para quitar a los suyos toda esperanza de huida y comprometerlos en la empresa, como siglos más tarde haría Cortés con los suyos en América.
Don Rodrigo cometió el error de confiar las alas de su ejército a los hermanos e hijos de Witiza, que en lo más encarnizado de la lucha le traicionaron, pasándose con sus tropas al enemigo. Cogido por sorpresa, Don Rodrigo resistió valerosamente, siendo al final derrotado. Se cuenta que cuando advirtió el desaliento causado en sus tropas por la deserción de los Witizas, saltó del carro en que presenciaba el combate, y, montando en su caballo Orelia, corrió a perecer valerosamente con los suyos en medio de los enemigos; pues, aunque vicioso, era hombre de gran corazón.
Algunos creen que Don Rodrigo murió en el combate, otros suponen que sobrevivió a la catástrofe, refugiándose en Portugal, donde murió años después oscuramente. Los romances suponen que Don Rodrigo murió devorado por sabandijas y ponen en su boca estas palabras: "Ya me comen, ya me comen -por do más pecado había".
Investigaciones del sigo XX concluyen que Don Rodrigo, habiendo salvado efectivamente la vida en Guadalete, se refugió en Lusitania, donde se mantuvo como soberano de un pequeño reino, hasta que acabó con él Muz en su victorioso avance por la Península. Y se afirma que el último rey godo pereció combatiendo frente a Segoyuela de los Cornejos, cerca de Tamames, y que su cadáver fue llevado por los vencidos en esta refriega, a Viseo, donde se ha encontrado una lápida sepulcral con este epitafio en latín: "Aquí yace Rodrigo, último rey godo".
Tampoco se sabe nada cierto de la suerte que cupiera a los traidores Don Julián, Don Opas y los hijos de Witiza, pues son muy contradictorias las fuentes acerca de estos funestos personajes.
En la sangrienta batalla de Guadalete concluyó la dominación visigótica de España. Y admitiendo como cierto que el sepulcro de la monarquía goda fue el estrecho comprendido entre el mar y el río Barbate y la laguna de la Janda, se daría la coincidencia de que ese mismo rincón de tierra presenció también, siglos después el aniquilamiento del poderío naval español en las aciagas aguas de Trafalgar, que bañan aquellas costas.
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