En marcha rauda, sin dificultades, los árabes convergieron hacia el norte de la Península. Reforzando el ejército de Tarik con 18.000 hombres, que le aportó personalmente Muza, en unos tres años dieron el país por conquistado.
Abd-Al-Aziz, hijo de Muza, quedó en Sevilla como Wali o gobernador de la España conquistada, mientras Muza y Tarik, finalizada la campaña, regresaron a siria para dar cuenta al Califa de la extraordinaria aventura y del inmenso botín capturado a los españoles.
Son muchos los autores que se han preguntado cómo pudo producirse la ruina de la monarquía visigoda en un solo combate. La causa principal fue que no llegó a realizarse nunca la fusión entre los godos y los españoles de origen latino, es decir, la verdadera unidad nacional. Por esta razón, los unos no auxiliaron a los otros contra los árabes. Además, el elemento hispano-latino o nacional sólo vio al principio en la irrupción árabe un auxilio extranjero en favor de los hijos de Witiza para destronar a Don Rodrigo. Y así lo aseguraban dichos príncipes, según la tradición, que pone en sus bocas estas palabras:
"Estos extranjeros árabes no abrigan la intención de fijarse en el país: sólo aspiran a enriquecerse con el botín de la guerra; y así que lo hayan obtenido, regresarán a su tierra."
No se comprende de otro modo cómo un pueblo que había luchado cerca de doscientos años por defender su independencia contra Roma, doblegara mansamente su cerviz ante unos invasores tan escasos en número, sólo porque hubieran vencido en un combate.
La mejor prueba de que los españoles no quisieron impedir la ruina de los godos está en que, cuando ya éstos habían desaparecido como dominadores del país, nuestros antepasados emprendieron solos la magna obra de la Reconquista, no cejando hasta verla terminada. No hay que olvidar, por otra parte, que la raza goda se había ido enervando poco a poco en nuestro suelo bajo el influjo de su clima y de los vicios que corroían la decadente civilización romana, y no pudo resistir el incontrastable empuje de los invasores árabes.
A este respecto ya decía Menéndez Pelayo que los bárbaros quizá en sus nativos bosques fueran inocentes; pero así que cayeron sobre el mediodía, "les entró desmedido y aun infernal anhelo de tesoros y placeres. Gozaron de todo con la imprevisión y el abandono del salvaje; y sus liviandades fueron tan crueles y feroces como las del soldado que entra en una ciudad tomada por asalto".
De tal manera es esto exacto, que no fue en la raza hispano-latina, sino en la goda, donde hizo sus mayores estragos la corrupción de las costumbres dominantes en los últimos tiempos de la monarquía visigótica.
Por eso al ocurrir la invasión árabe no tenían los godos, como dijo un poeta, "ni fuerzas para blandir la espada, ni aliento ya para el clamor de la guerra".
Téngase en cuenta, por último, que el pueblo judío, siempre maltratado por los reyes godos , era poderoso enemigo que hacía tiempo estaba en inteligencia con los árabes, pertenecientes a su misma raza, para abrir en un día dado las puertas de la Península a los sectarios del Islam. Toledo, por ejemplo, fue una de esas ciudades abiertas, recibiéndola después los judíos en guarda, hermanados con los islamitas, para que el grueso del ejército árabe pudiera seguir avanzando por España. todas estas fuerzas convergentes, junto con las ambiciones al trono, precipitaron "en las enrojecidas aguas del Guadalete el sangriento cadáver de la monarquía visigoda".
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