Menos datos tenemos sobre los intermediarios, agentes y revendedores que sacaban sus recursos del abastecimiento del ejército. El hecho de la presencia continua de unos efectivos, a veces muy numerosos en la Península a lo largo de toda la República arrastraría a una masa de elementos civiles de toda extracción, no sólo con contrato estatal como los publicani, sino también una crecida cantidad de mercaderes, cantineros, adivinos, magos, prostitutas... Las fuentes se refieren ocasionalmente a ellos. Pero, dejando aparte estos últimos, considerados una verdadera plaga para el ejército y que en el sitio de Numancia, por ejemplo, habían alcanzado una cifra desmesurada antes de ser expulsados por Escipión, existía entre los primeros, en su mayoría personas del ordo ecuestre, especialización en los negocios del ejército. Así los redemptores o abastecedores que proporcionaban el trigo a las legiones; los mercatores o mercaderes, pero especialmente los mangones o mercatores venalicii, es decir, los comerciantes de esclavos. Consideremos que la época republicana en Hispania es la de mayor capitalismo esclavista en la economía romana y que la Península se encontraba continuamente sometida a guerras de conquista cuya primera consecuencia era la toma de prisioneros. Estas cosechas de esclavos, que también se dieron en la Galia -Julio César hizo tal fortuna con la venta de esclavos que incluso devaluó su precio en todo el Mediterráneo- fueron naturalmente decreciendo con la progresiva conquista del país y, tras las guerras cántabras que registran las últimas grandes esclavizaciones de indígenas, cesaron por completo. Estos esclavos no eran sólo producto de exportación, ya que las minas a que nos hemos referido antes absorbían un ingente número de fuerzas humanas. A mediados del siglo II a.C., según Polibio, trabajaban 40.000 esclavos en las minas de Cartago Nova y había muchas más en la Península. Dado que la esperanza media de vida de estos esclavos mineros, dadas sus condiciones de trabajo, era muy baja, se hacía necesario reponerlos continuamente. Según Diodoro los itálicos compraban en grandes cantidades esclavos para las faenas mineras para transferirlos a las empresas explotadoras de la Península.
Entre los negotiatores hay que mencionar, además de los compradores de esclavos y arrendatarios de minas, a banqueros, prestamistas, manufactureros, transportistas y navieros. Tenemos muchos más datos sobre estos hombres de negocios y sus actividades en el ámbito oriental de las provincias romanas que en el Occidente. Pero esto no quiere decir que en Hispania no fueran numerosos y no existieran auténticas redes de explotación. Muchos de ellos, como en el caso de los publicani, tenían su domicilio en Roma y, desde allí, dirigían sus negocios o bien visitaban ocasionalmente las provincias, pero sus agentes residían en el lugar del negocio. Incluso muchos caballeros habían trasladado su residencia a la Península. Así, el autor de bellum alexandrinum menciona para el año 49 a.C. una leva de caballeros romanos en la Ulterior, en su mayoría, lógicamente, hombres de negocios. Para calibrar el volumen de las operaciones, dado que, como decimos, hay pocos testimonios epigráficos y literarios, hay que recurrir a los testimonios arqueológicos. Y estos prueban la existencia, a partir del siglo II a.C., de un intenso comercio con Italia. Dada la exhausta situación económica del Oriente, esquilmado por los negotiatores y publicani romano-itálicos -recuérdese la feroz venganza del 88 a.C. en Éfeso, donde fueron acuchillados 80.000 itálicos-, muchos buscaron nuevos filones en Occidente. Ha llegado a nuestros días una enorme masa de testimonios cerámicos importados que aparecen en la costa mediterránea y atlántica meridional con irradiación hacia el interior, de fecha republicana, con vasos campanienses, cerámica aretina y sigillata, así como vidrios. Los negocios eran evidentemente la explotación de los productos típicos de la Península, entre ellos, en especial, el trigo, aceite y vino, y los productos pesqueros y derivados, fábricas de salazón y garum. En menor volumen, pero también explotados, eran otros artículos como la lana, cera, tejidos, esparto.... Bien es cierto que el domicilio de estos hombres de negocios había de restringirse a los lugares más favorables para sus operaciones, generalmente en las zonas costeras. Por ello, esta actividad y las consecuencias resultantes del asentamiento repercutieron sobre todo en las ciudades portuarias como Tarraco, Cartago Nova, Hispalis y Gades, que desde muy temprano, por otras muchas razones, aún antes de época romana se habían transformado en grandes centros urbanos.
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