Dentro de los hombres de negocios tenemos que mencionar también a aquéllos cuyo ámbito de operaciones se dirigía hacia la puesta en explotación de la tierra. Hay que distinguir netamente a estos personajes a los que podemos llamar terratenientes, de los auténticos colonos a los que nos referiremos más adelante. Si está demostrado que a lo largo del siglo II Italia sufre un gran proceso de capitalización agraria con latifundismo de mano de obra esclava, podemos imaginar que la tierra considerada simplemente como fuente de negocio no se restringió a la propia Italia, sino que se extendió a todo el ámbito de dominio romano en las provincias. Aquí era mucho más fácil lograr amplias extensiones de terreno debido tanto a la extensión del ager publicus, propiedad del pueblo romano, como a las confiscaciones tras las rebeliones o las conquistas. Es muy sintomático que las dos regiones más tempranamente conquistadas sean precisamente las más fértiles de la Península; nos referimos a los valles del Ebro y del Guadalquivir. Especialmente esta última región conservó durante todo el Imperio un fuerte carácter latifundista y, por otra parte, el comercio de productos agrícolas, sobre todo vino y aceite, dadas las condiciones de la agricultura en el siglo último de la República, en el que sólo eran posibles plantaciones extensivas como las que para la misma época se constatan en Italia. En Hispania el laboreo también se realizaba con mano de obra esclava.
En resumen, el ámbito de los negocios fue una de las fuentes de la corriente emigratoria hacia la Península en la que, debido precisamente a las diferencias de volumen y ámbito de las empresas, se mezclaban individuos procedentes de estratos sociales muy diversos, desde caballeros romanos (los menos) hasta itálicos, en principio sin el status de derecho de ciudadanía, en cuyas manos estaría directamente o por delegación la mayor parte de los negocios de préstamos y comercio, e, incluso, libertos y esclavos.
Pero en cualquier caso, que exista toda esta riada de negociantes y que haya pruebas sobre las distintas ramas de su actividad en la Península durante la República no quiere decir ni mucho menos que se trató de una corriente muy numerosa. Las cuestiones demográficas, quizás uno de los más difíciles problemas de toda la Antigüedad, no hacen excepción con Hispania, en la que hay muchos malentendidos. Si decimos que la cantidad de negociantes fue numerosa hay que entenderlo con respecto al volumen general del mundo romano en la época, pero "el mundo de los negocios" en las condiciones de toda la Antigüedad sólo ocupó a una pequeña minoría, ya que nunca podremos definir esta Antigüedad como industrial o mercantil, modernismos difíciles de evitar, pero muy delicados para la exacta comprensión de la economía antigua. La tierra fue siempre la base económica. Por otro lado, la presencia de negotiatores y publicani en la Península nunca debe hacer olvidar la limitación del lugar de asentamiento que, como hemos dicho, sólo incide en un número restringido de núcleos urbanos, generalmente costeros.
Es, pues, con un nivel enormemente superior, la colonización agraria la que arrastra y retiene en la Península al núcleo fundamental de la emigración itálica durante la República. Y precisamente en esta colonización la provincia de Hispania representa una excepción frente al resto del ámbito de dominio romano. De hecho tenemos constancia de que existió una sensible colonización en determinados momentos. El principal testimonio se refiere al año 49 a.C. Cuenta Julio César que encontrándose en la campaña de Ilerda se le presentaron 6.000 colonos, entre los que incluso se encontraban hijos de senadores y caballeros, que venían a establecerse en la Península. Desconocemos dónde se asentaron. Tal vez unos en la costa de Tarraco y otros se dispersaron por el interior. Por lo que respecta a una colonización oficial, el pueblo romano, dirigido demagógicamente por los optimates, pero como consecuencia de una repugnancia instintiva, se opuso vigorosamente a una colonización fuera de Italia y basta citar los casos de los dos primeros asentamientos: Cartago y Narbo.
Pero puesto que tanto el volumen ciudadano como los establecimientos cuasicoloniales en Hispania son numerosos antes de la época de César, hay que concluir que se llevó a cabo una colonización y que si ésta era imposible que pudiera alcanzar un número considerable con elementos civiles, tuvo que ser forzosamente consecuencia de los asentamientos militares.
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