La burguesía, transformadora de la sociedad agraria en una floreciente sociedad urbana, industrial y comercial, se desarrollaba, adoptaba el secularismo y era campo abonado al nuevo espíritu intelectual. De paso, se sacudían de siglos de aburrimiento y de los dictados de la Iglesia, condenadora de la usura.
Faltaba un organismo realizador y responsable del bienestar de los pueblos: era el poder gubernativo de los sobreanos, capaces de llevar a cabo las reformas de sus reinos. Protegen la investigación científica, reforman la administración, mejoran la agricultura, industria y comercio. El rey es el primer servidor del Estado. Éstos son los monarcas o déspotas ilustrados, como Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia, José II de Austria y otra serie de príncipes.
En España, más acusadamente que en otros países católicos, era difícil hacer reformas económicas, debido a los diezmos que exigía el clero y a sus enormes posesiones. La Iglesia, monopolizadora de una educación desacreditada, se oponía a la difusión de los conocimientos científicos; el Papa era obstáculo por sus exigentes injerencias en la situación interna del país; en España el peso de la religión católica era enorme. Los comerciantes y los industriales tenían poca importancia; los nobles permanecían inmovilistas y orgullosos, conservando sus enormes propiedades y tratando de mantener sus ancestrales privilegios.
Sin embargo, España estaba demasiado cerca de Francia para recibir la influencia del concepto laico de la vida y le quedaba la posibilidad de contar con que un déspota ilustrado ocupara su trono y favoreciese el nuevo espíritu. ¿Qué pasaría?
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