31 may 2016

CLASES INFERIORES URBANAS EN EL SIGLO DE LAS LUCES (II)

Renglón aparte merece el tema del "servicio doméstico". En 1787 arroja una cantidad de 280.092 trabajadores domésticos declarados. Numerosa servidumbre: hay casas nobles en que se cuentan por cientos. Son unos sirvientes con adhesión personal al amoo, hasta el sacrificio; sin embargo se cuentan muchos casos en que amos y amas obligaban a sus servidores a servirles de rodillas.
En línea con lo que hemos venido diciendo, la sociedad siente una gran aversión por pregoneros, verdugos, buhoneros, caldereros, amoladores, venteros, toreros, curtidores, comediantes, músicos, etc. Muchas de estas profesiones eran ejercidas por extranjeros, gitanos y mulatos. Más tarde fueron rehabilitándose a solicitud de individuos y colectividades, y fueron poco a poco aceptadas por el gobierno. Otras, como toreros y gente de teatro, fue el propio costumbrismo popular el que las revalorizó. Estos oficios no podían ocupar cargos en los municipios y no podían opositar al clero. Mientras que lso reformistas les defienden, otros piden incluso que no se les entierre en sagrado, como a los comediantes, y que no se les permita el matrimonio con personas de otros oficios "más respetables".
Los ociosos, vagabundos, mendigos y maleantes son una plaga y constituyen una contraicción en un país falto de brazos para la agricultura y la industria.
Meléndez Valdés nos pinta un cuadro de la corrupción, embrutecimiento, enfermedades y contagios de estos mendigos:

"Sin patria, sin residencia fija, si consideración ni miramiento alguno, sin freno de ninguna autoridad, mudando de domicilio según su antojo y en la más completa libertad, o más bien insubordinación e independencia, ni son vecinos de pueblo alguno ni súbditos de ninguna autoridad, ni profesan la religión sino en el nombre ni conocen párroco propio que los instruya en ella, ni nunca, en fin, se les verá en un templo oyendo misa, ni una devoción. Su vida miserable y vaga los exime de todo. Dados al vino y a un asqueroso desaseo, y durmiendo en pajares y cuadras mezclados y revueltos unos con otros, no conocen la honestidad ni la decencia y, borradas del todo las santas impresiones del pudor, se dan sin reparo a los desórdenes más feos. ¿Qué deberá pensarse de nosotros al verse por todas partes estas cuadrillas de vagos andrajosos que con sus alaridos, su palidez, sus importunidades, nos persiguen sin respirar? A no ser en rarísimos casos, el mendigo es siempre un hombre sin economía ni conducta, que ha disipado en vicios cuanto ganó, que no ha sabido educar cristianamente a sus hijos para que le amparen en su vejez, que en el curso de su vida y el buen tiempo de sus trabajos nada ha podido ahorrar, ni hacerse con un amigo, un protector, con nadie, en fin, que le ayude en sus necesidades".

Estos pobres piden con dignidad, con arrognancia, por necesidad, escasez de pagas y porque es una cosa normal. Comentar a estas gentes va a ser lugar común de los viajeros extranjeros que asomen por las Españas en esta época. Su número oscila entre 100.000 y 200.000. Este "lumpen" madrileño queda reflejado en el siguiente parrafo del marques de la Villa de San Andrés:

"Andan por el día un emjambre de embusteros con estampitas de santos o con imágines de bulto pidiendo limosnas por las casas; suben como por la suya propia, y si los encuentrann dan a besar el santito, besan si pueden las criadas, gorran sus cuartejos a lo menos; pero si no los encuentran, con lo que encuentran ellos vuelven a bajar las esacleras. Por la noche es un horror. Salen a bandadas las mujeres; unas piden por caridad y la hacen; otras por costumbre, por chiste, por travesura incluso. Estudiantes, clérigos, soldados, hombres de bien, baladrones que a capa de limosna quitan si pueden las capas."

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