5 mar 2016

LA CHAMBERGA

La aristocracia española, que veía en el valimiento de Nithard un atentado expreso contra la última voluntad de Felipe IV, pidió a la regente que designase a una persona por cuyas manos pudiesen pasar las cuestiones de gobierno. Aquella propuesta significaba la petición de que Nithard fuese apartado del poder. Implícitamente, se apuntaba hacia don Juan José de Austria como la persona más indicada para tomar en sus manos las riendas del gobierno. Nithard había tratado de alejar al peligroso hijo bastardo del anterior monarca encomendándole el mando de los ejércitos que operaban todavía en Flandes. Pero éste no se había dejado sorprender. Prefería seguir en España conspirando contra el valido. La Junta de Gobierno tuvo notiias de las actividades de don Juan José y ordenó su detención; pero éste se fugó a Aragón, y allí, protegido por los fueros de aquel reino, continuó con sus actividades subversivas.
Una vez que se consideró suficientemente fuerte, don Juan José envió desde Barcelona una proclama al país, de la que recibieron ejemplares la regente, la Junta de Gobierno, los reinos de la Corona de Aragón y las ciudades castellanas con voto en Cortes. En ella exigía la destitución de Nithard. La regente consultó a los diversos consejeros de la monarquía, que, en su mayor parte, se inclinaron por aceptar las exigencias de don Juan José con el fin de evitar una guerra civil. El bastardo, entretanto, había salido de Cataluña con ua escolta que se incrementaba conforme avanzaba hacia Madrid. A su paso por Zaragoza estallaron motines contra Nithard. Cuando llegó a Torrejón de Ardoz, el pánico cundía en la capital. El 25 de febrero de 1669, doña Mariana apartaba al padre Nithard del poder, enviándole como embajador extraordinario al país que él mismo eligiese.
La marcha de don Juan José sobre Madrid no era ni más ni menos que un golpe de Estado en toda regla, el primero de una serie que llegaría a ser crónica de la historia de las Españas. Mas aquel hombre, que ya figuraba a la cabeza del generalato, no tuvo ánimos de aprovecharse de su triunfo. Su programa de gobierno, vociferado a los cuatro vientos por una interesada maquinaria propagandística, hablaba nuevamente de reformas y trataba de colmar cumplidamente las esperanzas que se habían puesto en "el hijo de nuestro llorado rey", como le llamaban los aristócratas de su facción. Proponía una reorganización de la Hacienda, una reforma destinada a suavizar la presión fiscal, una distribución más justa de las mercedes,, una depuración de los partidarios de Nithard. La regente accedió, tras largas negociaciones, a las propuestas del bastardo, mas no se dejó dominar por él. Siguiendo los consejos del conde de Peñaranda, se atrajo hábilmente a los militares, concediéndoles más privilegios que los que podían esperar con Juan José. Creó un nuevo regimiento de la Guardia Real, del que encargó al leal marqués de Aytona. Sus filas se nutrieron de los jóvenes aristócratas como capitanes. Con ellos pudo disponer la regente deuna fuerza capaz de disuadir en el futuro a cualquier otro aventurado golpista. El nuevo regimiento se hizo odioso por sus desmanes y fue popularmente conocido como La Chamberga, por ir tocados sus soldados con el vistoso sombrero que habían usado en la guerra de Portugal los soldados del mariscal Schomberg (chambergos).

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