6 mar 2016

EL DUENDE DE PALACIO

Debilitado el partido "austriaco" (como se llamaba al de don Juan José) tras la captación de los militares y los jóvenes aristócratas por la regente, el bastardo no tuvo otro remedio que aceptar el vicariato general de Aragón, con sede en Zaragoza, donde fue recibido con el mayor entusiasmo por parte de la población.
Entre 1669 y 1673, la reina madre continúa gobernando el país con la ayuda de la Junta de Gobierno. Pero no fue capaz doña Mariana de prescindir del báculo de un valido. Esta vez se trataba de don Fernando Valenzuela y Enciso, personaje a quien se habían abierto las puertas de palacio desde la fecha de su casamiento con una criada de la reina (1661). Desde la muerte de Felipe IV, Valenzuela se había convertido en el confidente de su viuda. Su influencia no se había acrecentado por la protección de Nithard, cuya caída no había servido sino para colocarle en primera fila ante los ojos de la regente. Sus continuos cabildeos con doña Mariana y el hecho de que "las puertas de palacio se le abrieron a toda hora, y con preferencia a deshora" (D. de Maura), le valieron el apodo de "el Duende de Palacio". Se llegó incluso a sospechar que las relaciones entre doña Mariana y Valenzuela iban más allá de lo decoroso, y el mismo cardenal de Aragón tuvo valor para advertir a la reina que, aunque aquellas relaciones no traspasaran los límites de la honestidad, eran contrarias a la sana política y al regio decoro.
De nada sirvieron aquellas voces. En 1672, Luus XIV vuelve a poner sobre el tapete la cuestión de los Países Bajos. Primero intentó comprarlos a España, sin resultado. Luego propuso cambiarlos por el Rosellón y la Cerdaña; tampoco se aceptó. Finalmente, alarmado por la alianza de ayuda bélica mutua firmada por España y Holanda en 1671 para el caso en que fuesen atacados los Países Bajos por Francia, Luis XIV se alió a su vez con los ingleses y dio comienzo a una segunda guerra que duró desde 1672 hasta 1678. La regente, buscando en quien apoyarse en unas circunstancias tan difíciles, tomó abiertamente a Valenzuela como valido. La ineptitud absoluta de todos los miembros de la Junta de Gobierno, a excepción del arzobispo de Toledo, era un motivo más que suficiente para permitir el encumbramiento meteórico de aquel hombre que no procedía de las filas de la aristocracia. Así pues, Valenzuela, si bien no pasó de ser el confidente íntimo de la reina, se convirtió en la pprimera batuta de la monarquía, sin descuidar de robustecer cada vez más su posición mediante el más generoso de los patronazgos.

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