26 feb 2016

LA DESINTEGRACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA (IV): CATALUÑA Y PORTUGAL

Firmada la Paz de Westfalia, la guerra, como dijimos, prosiguió entre Francia y España. Mazarino pretendía que España le cediera los Países Bajos, el Rosellón y el Franco-Condado; pero ni Felipe IV ni don Luis de Haro estaban dispuestos a consentirlo. Los primeros pasos del gobierno español se encaminaron a Cataluña, dispuesto a arrojar del principado a los franceses. Éstos, ocupados por aquellos días en la guerra de La Fronda, no pudieron evitar que los españoles alcanzasen sus objetivos. Los ejércitos reales penetraron en Cataluña al mismo tiempo que los diplomáticos trataban de sacar el mejor partido del hambre y las epidemias que reinaban en el principado y del descontento que los mismos catalanes sentían por la presencia francesa.
A principios de 1651, los franceses retroceden en todos los frentes de Cataluña. A mediados de ese mismo año el ejército que dirigía el marqués de Mortara, con base en Lérida, entró en conjunción con el que traía don Juan José de Austria desde Tortosa. Unidas sus fuerzas, marcharon sobre Barcelona. No les era posible, no obstant3e, a los realistas llevar a cabo el asalto de la ciudad. Optaron por incomunicarla y esperar a que el hambre la hiciese capitular. Así ocurrió: el 13 de octubre de 1652 Barcelona se rindió. Tres meses después, Felipe IV concedió una amnistía general y prometió respetar los fueros y privilegios del principado. Tras doce años de sufrimientos, todo quedaba como al principio.
De esta forma, uno tras otro iban volviendo al redil del centralismo madrileño todas las ovejas descarriadas de la monarquía española. Cataluña, donde la resistencia había sido particularmente enérgica y eficaz, terminó por elegir entre la lánguida tiranía madrileña y la eficiente tiranía francesa, deicidiéndose por la primera, sobre todo desde el momento en que las clases dirigentes catalanas comprendieron que se les garantizaba la conservación de sus antigus garantías constitucionales. Por otra parte, un régimen rabiosamente republicano, comoel propugnado por la Diputació catalana, poca ayuda podía esperar de sus aliados exteriores, de naciones donde el régimen en boga era el absolutismo monárquico no menos rabioso.
No eran las mismas circunstancias que concurrían en Portugal. Allí no se discutía la cuestión constitucional únicamente. Había motivos de hostilidad mucho más profunda entre España y un país que, a fin de cuentas, sólo llevaba sesenta años uncido al carro castellano, después de una larga tradición de independencia y enemistad. Por otra parte, Portugal contó desde el primer momento con una monarquía perfectamente identificada con sus intereses. La geografía también le era favorable. Estaba lo bastante cerca de Francia como para conseguir la ayuda gala, pero lo suficientemente lejos para evitar caer bajo su dominación como le había ocurrido a Cataluña. Detrás de Portugal se alineaba, además, su Imperio colonial en África, América y Asia. Importancia inmensa tuvo para Portugal la recuperación de sus posesiones en Brasil, que arrancó por aquellos días a los holandeses. El comercio del azúcar y de esclavos proporcionó a la nación vecina los recursos que necsesitó para mantener su independencia frente a los débiles esfuerzos de Castilla.
La simultánea debilidad de Francia permitió, sin embargo, a Felipe IV mantener una lánguida guerra contra Portugal, que, a partir de 1656, se presentó francamente desfavorable para las armas españolas. Mas, a estas alturas, un nuevo elemento había entrado en juego en la pugna que mantenían españoles y franceses. En 1649 los puritanos ingleses le habían cortado la cabeza a Carlos I de Inglaterra y habían establecido un régimen republicano dirigido por Oliver Cromwell. El nuevo sistema trabajaba incansablemente por la restauración del poderío político y militar de Inglaterra, y entre sus objetivos se propuso el de someter a ésta ambas orillas del Canal de la Mancha, a costa de España, naturalmente, a quien se pensaba expulsar definitivamente de los Países Bajos. Mazarino, sin parar mientes en las insalvables diferencias que separaban a ambos regímenes (los ingleses, protestantes y republicanos; los franceses, monárquicos y católicos), atrajo a Cromwell a una alianza antiespañola, a la que los ingleses se adhirieron gustosamente. En aquellas circunstancias, Portugal fortaleció su independencia aliándose con Inglaterra y marcando con ello uno de los caminos más consecuentes en la política exterior del reino luso en los tiempos modernos.

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