3 ene 2016

HALCONES Y PALOMAS EN EL VIETNAM DE FLANDES (II)

En la facción opuesta, a la que convencionalmente, pero no sin fundamento, podríamos denominar "federalista", habría que situar entre sus dirigentes a Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli. En torno a esta opción encontramos a la familia toledana de los Ribera (que tan ásperamente se había enfrentado a Ayala, primero por causa de las Comunidades y luego a raíz de los conflictos que agitaron al cabildo de la catedral de Toledo cuando el cardenal Silíceo exigió a sus miembros el estatuto de limpieza de sangre), a la casa de los Silva, a la poderosa casa de los Mendoza y, detrás de ella, a unos veinte clanes de la más alta nobleza. Los Mendoza, durante la revolución de las Comunidades, habían tomado partido por el emperador, tras un periodo de vacilación; personas cultas y cosmopolitas, eran partidarios de una España abierta. Este partido poseía una política coherente para ofrecer a Felipe II como alternativa a la seguida en los Países Bajos por el duque de Alba, política cuya aplicación a los demás reinos de la Corona habría convertido el Imperio de Felipe en una especie de estados federados, donde cada reino conservaría sus leyes y fueros tradicionales. Pacificado el Imperio mediante la aplicación de estas y otras medidas, sería posible presentar un frente unido contra el enemigo exterior, que días tras día amenazaba más a España. Este partido propugnaba, en consecuencia, la guerra contra Inglaterra como objetivo necesario para dar solidez a nuestra economía, prestigio a nuestra fuerza y coherencia a los diversos reinos que integraban la Corona de España.
Ahora bien, cuando Felipe se fija en este partido al buscar relevo para el duque de Alab, lo hace en el momento en que más debilitados se encuentran. El príncipe de Éboli había fallecido en junio de 1573, dejando viuda a doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli, de la que no tardaremos en ocuparnos. El cardenal Espinosa, otro de los puntales del partido por ser presidente del Consejo de Castilla, también había muerto en 1572. La jefatura recayó entonces en el nuevo secretario de Felipe, Antonio Pérez, que trató de buscar aliados que diesen prestigio a la facción. Los encontró en el inquisidor general Quiroga y en el poderoso aristócrata don Pedro Fajardo, tercer marqués de los Vélez e hijo de uno de los jefes de la campaña de las Alpujarras, fallecido en 1574.
Si hemos definido como debilidad la momentánea falta de personas capaces de representar en las altas esferas esta corriente de opinión, en realidad nada más lejos de la debilidad que los presupuestos ideológicos en que hundía sus raíces la política propugnada por este partido. Detrás de sus programas había toda una doctrina coherente, realista, llena de valores a los que el hombre moderno no podría menos de prestar su adhesió incondicional. Su más afortunado formulador era el valenciano Fadrique Furió i Ceriol (1532-1592), cuyo pensamiento se inspiraba en las ideas de transigencia y tolerancia que estaban iluminando la Europa de su tiempo.
Furió rechazaba las posturas religiosas intransigentes y fanáticas de los que creían estar respaldados por Dios cuando tomaban posturas dictada ni más ni menos que por su propio interés. Lo expresaba así:

"Dicen que Dios es servido de hacerlo así: yo no entro en el poder de Dios, pero sé bie decir y digo con San Pablo: si son ellos secretarios de Dios o si han recibido cartas dello firmadas de mano de la Trinidad, con que se aseguren que así sea como dicen..."

Es natural que semejantes ideas no cayesen bien a los seguidores de una política de intransigencia. Por lo que se refiere a Furió, conocemos el informe que el dominico fray Baltasar Pérez dirigió a la Inquisición de Sevilla delatando a un grupo de jóvenes españoles que estudiaban en Lovaina, en el que, a propósito de Furió, entre otras muchas acusaciones, hacía la siguiente:

"Ha dado syempre muestra de muy ympío y de tener entendimiento muy amigo de nobedades"

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