27 dic 2015

LA REBELIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS (I)

Ningún otro, entre todos los territorios que Felipe II poseía en Europa, caía más a trasmano de su poder que los Países Bajos, el vértice superior del triángulo que podría resumirsu política en Europa. Los Países Bajos habían formado parte del antiguo ducado de Borgoña, el cual, a su vez, había nacido como consecuencia de la desintegración del Imperio alemán medieval. Este ducado comprendía diversas porciones territoriales situadas entre Francia y Alemania, dispersas y sin continuidad territorial unas de otras. Carlos el Temerario había intentado unir todos aquellos fragmentos en un único reino, pero su proyecto fracasó. Sin embargo, su bisnieto Carlos V, haciéndolo propio, había conseguido dar coherencia y personalidad a parte del ducado, al conseguir en 1548 que la Dieta de Augsburgo declarase libres de la soberanía del Imperio a los territorios de las llamadas Provincias Unidas. Al mismo tiempo las ampliaba con la anexión de los territorios del obispado de Utrecht y de las regiones de Cambrai y Güeldres. Los Países Bajos, como también se llamaba a estas provincias unidas, pasaron a gozar de una administración unitaria, a cuya cabeza figuraba un lugarteniente general, que había de ser una persona de estirpe regia; los numerosos gobiernos provinciales fueron absorbidos por un parlamento, al que se denominó Estados Generales; junto al lugarteniente, y equilibrando el peso de los Estados Generales, se creó el Consejo de Estado, encargado de atender los asuntos políticos.
Este modelo organizativo no gustó a los habitantes del país, especialmente a las clases privilegiadas. Mas Carlos se las ingenió para encontrar una vía media entre las libertades tradicionales y las exigencias del Estado moderno en que, a todo trance, trataba de convertir a los Países Bajos.
En 1556, Carlos abdica en su hijo Felipe el poder sobre los Países Bajos. De la noche a la mañana, las provincias se vieron gobernadas por un rey extranjero, no por un emperador nacido en el país, como era el caso de Carlos. Pronto saldrían a la luz otras muchas incompatibilidades entre los flamencos y el español. La abdicación del emperador había tenido lugar en el momento menos brillante de toda su larga carrera como gobernante. La situación financiera de los reinos que Carlos legaba a Felipe no era, ni mucho menos, optimista. La quiebra de 1557, como ya hemos comentado, evidenció esta ruinosa situación. En tales circunstancias, todo el interés de Felipe se centró en reorganizar la economía de su Imperio.
Como ya se indicó, por lo que a Castilla se refiere la presión fiscal aumentó, tanto más cuanto que Castilla era un reino con recursos y sin defensas jurídicas que impidiesen al rey recogerlos a manos llenas. La debilidad constitucional de Castilla y su riqueza eran, en efecto, dos fenómenos concomitantes. Los reyes habían debilitado a las Cortes para poder conseguir los subsidios que necesitaban. Y precisamente porque las Cortes eran débiles, cada vez exigían mayores y más frecuentes subsidios de Castilla. En el reino de Aragón los recursos eran tan pobres, que ni Fernando el Católico ni Carlos V ni, por el momento, Felipe II tenían el menor interés en intentar siquiera debilitar la autonomía de aquellos reinos, porque, en el mejor de lso casos, no habrían tenido nada que sacar de ellos.
En el caso de los Países Bajos concurrían, por una parte, la abundancia de recursos, y por otra, la existencia de una constitución que impedía a la Corona entrar en ellos a saco. Coincidían, pues, en ellos una tentadora riqueza y una barrera legal. El rey, mientras que por una parte se sentía inclinado a aumentar sobre ellos la presión fiscal, por otra se veía detenido por las autonomías de la región.

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