1 dic 2015

LA IGLESIA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI (VI)

En realidad, entre Erasmo y Lutero las diferencias eran radicales; mas los inquisidores se obstinaban en no verlo así. Desgraciadamente, los perseguidos radicalizaban sus opiniones hasta inclinarlas a lo que bien podía parecer, en ocasiones, un velado luteranismo. De todos modos, la "caza del hereje" se generaliza en España. Los principales erasmistas fueron procesados: Diego de Uceda, Juan López de Celaín, Miguel de Eguía, Bernardino Tovar, los Cazalla... Alfonso Valdés y Juan de Cazalla murieron antes de que se les encarcelase. Otros muchos huyeron al extranjero, fuera del alcance de la Inquisición. Algunos hubo que tuvieron que cantar la palinodia, como Juan de Maldonado, entusiasta erasmista al principio, que luego cambió de chaqueta publicando una obra en que se apartaba de las doctrinas de Erasmo. En Andalucía, donde la intervención de la Inquisición no fue tan enérgica, quedaron algunos erasmistas como Pedro Mexía y otro personaje que parece haber sido el famoso doctor Constantino Ponce de la Fuente, del que más adelante tendremos ocasión de hablar.
Cuando muere Erasmo en 1536, la noticia sólo produce en España un cauteloso silencio. Dos años después, cuando muere el inquisidor Manrique, los erasmistas pierden su apoyo y sostén. Con razón pudo escribir Luis Vives en aquellos días: "Vivimos tiempos difíciles, en los que resulta peligroso tanto hablar como guardar silencio". Después de todo esto, la Inquisición se sintió satisfecha de momento. España parecía tranquila. Sin embargo, en la clandestinidad comenzaba a extenderse, ahora sí, el verdadero protestantismo.
Desde una fecha muy temprana habían llegado a España las obras de Lutero. Prohibidas y requisadas por la Inquisición en 1521, 1523 y 1530, continuaron entrando fraudulentamente a través de la frontera guipuzcoana y por los puertos de la costa granadina. Pero donde prendió y arraigó el movimiento fue en una amplia zona de Castilla, con centro en Valladolid y en la ciudad de Sevilla.
En Castilla lo inició don Carlos de Seso, que había aprendido la nueva doctrina en el norte de Italia, hacia 1550. Una vez en España, hizo prosélitos en Logroño, que pronto difundieron el luteranismo en Valladolid, donde les abrió las puertas la familia de los Cazalla, a quien ya hemos visto simpatizar con el alumbradismo y el erasmismo. El más notable de todos ellos era el canónigo Agustín de Cazalla, que había conocido las ideas luteranas durante su estancia en Alemania como capellán de Carlos V. A ellos se unieron otras muchas peronas, no sólo en Valladolid, sino en otros muchos lugares de las comarcas de Palencia, Zamora y Toro. Las pesquisas de la Inquisición culminaron con la detención y proceso de los herejes en 1558. Es entonces cuando Felipe II inicia el viraje político que su regreso a España, en 1559, simbolizaría cabalmente. Su primer acto oficial, una vez en Valladolid, fue presidir los autos de fe en que se dieron a conocer las sentencias con que se castigó la herejía. Muchos herejes fueron ejecutados, entre ellos cinco monjas jóvenes del convento de Belem y don Carlos de Seso, el cual, habiendo preguntado al rey "que cómo le dexaba quemar", recibió de Felipe II la siguiente respuesta:

"Yo traeré leña para quemar a mi hijo, si fuere tan malo como vos".

Casi al mismo tiempo, la Inquisición eliminaba también a los protestantes sevillanos. Las nuevas ideas habían sido introducidas en la Ciudad del Betis por un noble caballero llamado Rodrigo de Valer; entre sus seguidores pronto contó más de un centenar de personas, procedentes de todas las clases sociales. En esta ciudad destacaron Juan Gil (llamado el doctor Egidio), que era canónigo de la catedral. Magistral del mismo capítulo era el insigne predicador Constantino Ponce de la Fuente, que había acomañado a Carlos V como capellán durante uno de sus viajes a Alemania y que había aprendido allí las ideas luteranas. Bajo su influencia se formaron dos importantes focos, uno en el monasterio de los jerónimos de San Isidoro del Campo, y otro en la casa de Isabel de Baena. Entre los jerónimos descollaba Cipriano de Valera, a quien debemos una de las mejores traducciones de la Biblia al idioma castellano, hecha sobre trabajos anteriores de un converso llamado Casiodoro Reina.
La Inquisición hacía ya tiempo que andaba tras la pista de los innovadores; pero no pudo echar mano de ellos hasta que, en 1557, hizo pesquisas sobre las actividades de un castellano, criado en Alemania y llamado Julianillo Hernández, quien, fingiéndose arriero, había traído de Ginebra dos toneles llenos de libros. Se trataba del Nuevo Testamento, traducido por el doctor Juan Pérez. A través de esta pista, se pudo dar con el grupo de disidentes. Más de ochocientas personas fueron procesadas. Algunos monjes de San Isidoro lograron escapar al extranjero, refugiándose en Ginebra, Alemania o Inglaterra. Entre los que quedaron en poder de la Inquisición, muchos fueron ejecutados, entre ellos el propio Julianillo y un mercader inglés.

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