7 dic 2015

EL CONCILIO DE TRENTO Y LA CONTRARREFORMA (II)

Del mismo modo, mientras que la sociedad española de la generación de Carlos V estuvo abierta a todos los aires de Europa, ora soplasen de Italia, ora de Francia, Alemania o los Países Bajos, la generación de Felipe II se encierra enla seguridad de sus propios baluartes religiosos, militares, políticos y económicos, para lanzarse a una renovada lucha contra la herejía protestante. En la generación siguiente, la de Felipe III, se llegaría a una situación de equilibrio, de la que nació un espíritu que en lenguaje moderno, podríamos definir de "coexistencia pacífica", espíritu que se impondría definitivamente tras la Paz de Westfalia. La sociedad española muestra su inadecuación a las nuevas corrientes culturales del mundo moderno; aguanta los temporales, aislada en su propia armadura. Podría establecerse un sugerente paralelismo entre la pequeña historia de la caballería andante medieval y la gran historia del encuentro de la España del siglo XVI con las nuevas corrientes por las que la humanidad se gobierna. En efecto, del mismo modo que el caballero medieval fue desplazado del teatro del mundo por la aparición de las armas de fuego, así la sociedad española ve cómo se desplaza su monarquismo universal, fruto de su catolicismo, frente a los crecientes nacionalismos ya a la pluralidad religiosa. Del mismo modo, también, que para los caballeros desplazados no hubo más salida que la de refugiarse en las jaulas doradas de las cortes reales, en calidad de cortesanos, o bien la de esterilizarse en la picaresca o en el bandolerismo, igualmente para la España desplazada huno también dos salidas, que convivirían en la sociedad española nacida del viraje filipino y de la Contrarreforma. Una de ellas, triunfalista y optimista, se aferrará a sus sueños de grandeza y hegemonía, tanto política como religiosa; seguirá luchando contra los gigantes y malandrines que, desde el exterior, tratan de someterla con sus encantaminetos. La segunda de estas direcciones, derrotistas y pesimistas, o por lo menos realistas, captará la miseria que realmente se esconde tras la aparente grandeza y verá molinos de viento donde otros veían poderosos gigantes.
La misma universalidad y el ecumenismo que caracterizan el reinado de Carlos V, con sus precedentes en el de los Reyes Católicos, se reflejan, paralelamente, en todas las manifestaciones culturales de la sociedad española. Y otro tanto puede decirse del influjo que sobre el desarrollo del espíritu ejerció el frenazo de mediados de siglo y el movimiento contrarreformista.

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